sábado, 23 de mayo de 2009

Alicia en el país de las maravillas (II)

No, no quiero un bebé. Apenas tengo veinticinco años, no voy hipotecar mi vida ya. Además de que engordaría muchísimo, y no es algo que me pueda permitir dado mi actual peso.
Ramón está dispuesto; tiene mujer, a mí; tiene trabajo, coche, casa. Pero falta algo. Él cree que es el bebé, pero no es eso, no tiene demasiada imaginación. Falta comunicación, eso es, comunicación. O ganas, o amor; dejémoslo en que falta algo, algo que no es el bebé. Simplemente ya no es lo que era, la magia se quedó atrás hará mucho tiempo.
En realidad no nos comunicamos, así que de hecho no puedo decirle que no quiero un bebé. Sí que hablamos, pero no nos comunicamos; hablamos en ese extraño lenguaje que hemos inventado para evitar la comunicación; ese antilenguaje que hemos creado. Quizá sea un indicio de que la civilización está en regresión. De cualquier manera, algo sí que lo está: nuestra relación. Algo hay.
Lo único bueno de Ramón es que no puede decir que quiere un hijo, sólo puede insinuarlo. Ojalá pudiese decirlo, ojalá pudiese decir "Quiero un bebé". Sólo con eso, si él pudiese decir eso para que yo pudiese decir "No, no lo quiero". Jamás. No quiero un bebé, quiero una vida, una vida propia. Nunca he sido libre, así que en realidad no puedo decir que eso sea lo que quiero, pero puedo decir lo que no quiero: un bebé. Y a ti. No te quiero, Ramón.

Mi madre siempre me decía que yo era afortunada de haber encontrado a Ramón. Alguien con ambición, capaz de mantenerme. Pero, si él me lo proporciona todo, ¿qué me queda a mí? Alimentar. Alimentar a Ramón, alimentar al bebé. Alimentar el odio y el resentimiento.

Ahora me mete mano. Carece de toda sensualidad, es como un niño que asalta un bote de caramelos. Me tumba sobre la cama y me quita la ropa. Sólo es un ritual, yo intento dejarme llevar. Siento una tensión enfermiza cuando él intenta abrirse camino entre mis rígidas piernas. "Oh, joder, qué buena estás", jadea, mientras bota encima de mí. Qué buena estás. Eso me dice siempre, cuando estoy debajo de él como un trozo de carne, dejándome llevar, retorciéndome tensamente entre las sábanas. Qué buena estás.
Ahora él se aparta a un lado, colapsándose en un profundo y ruidoso sueño. Entonces me sucede, me doy cuenta: ya no soy una mujer, ya no soy una persona. Soy un mero objeto sexual, una esposa trofeo. Mi marido trabaja, vive su vida, y yo me esclavizo atada a las cadenas del hogar para hacer su vida más agradable a cambio de un plato en la mesa. Entonces ya no soy yo, he perdido mi dignidad; un ser humano no es nada sin dignidad, es apenas ser. Me he convertido en Qué-buena-estás.

Yo solía leer bastante, estudiaba, incluso tengo una carrera. Tenía un trabajo, un piso alquilado, y una vida prometedora y llena de alicientes. Entonces apareció él, aún recuerdo el día que empecé a perder la dignidad. Me acababa de mudar a su casa, y estaba leyendo un libro: Sobreviví a mi pesar. Es bastante adolescente, pero no está mal. Entonces él me quitó el libro de las manos con el poder social que acababa de adquirir en casa preguntándome "¿Por qué lees esta mierda, cariño?", con un tono en parte despectivo y censurador y en parte de condescendencia aprobadora. Me enfadé con él y lo intentó solucionar de la única manera que sabía: hicimos el amor. Me recostó sobre la cama y lo hicimos. Yo no sentí nada, él sí; y después se echó a un lado con brusquedad y se quedó profundamente dormido. Justo como ahora. Y ahí fue cuando me sucedió, mientras Ramón dormía profundamente, me sucedió: dejé de ser mujer, deje de ser persona, me convertí en Qué-buena-estás.
¿Se da cuenta este contable de la mayor industria de software del mundo de que está dirigiendo el barco de nuestra relación hacia las rocas del olvido? ¿Comprende el efecto que está teniendo sobre su estimada esposa, Alicia, más conocida en círculos reducidos como Qué-buena-estás? No, mira para otro lado. Cuando tienes un trofeo dejas de valorarlo, sólo te supera la ambición, la búsqueda de otros trofeos. Yo ya no soy una meta, mi felicidad ya no es una meta. Ahora sólo soy una fuente de entretenimiento, una herramienta social.

Supongo que lo que me atrajo de Ramón fue su sentido del compromiso. Pero había cambiado, cuando un estudiante universitario de ideas claramente estalinistas cayó en la elistista forma de vida del capitalismo. Ahora su última instancia se convirtió en a fin de cuentas. La semántica resulta significativa. Los triviales eslóganes de revolución y resistencia se convirtieron en los más triviales aún de eficacia empresarial y contabilidad: a fin de cuentas, modelar, ejecutar, cuentas, balances, gastos nivelados con ganancias...
Nuestros sueños se desmoronaron por el camino, ya no éramos aquellos dos enamorados de jóvenes. Ya no éramos aquellos ambiciosos que soñaban con un mundo mejor, un mundo para ellos. A lo único a lo que aspira Ramón es a seguir ascendiendo en la empresa e ir aumentando la cantidad de capitales ganados para poder gastárselos en un bobo viaje al Caribe: la ambición de pareja ha pasado a convertirse en ambición económica para él. Los eslóganes de revolución eran quizá ingénuos, pero por lo menos íbamos detrás de algo grande, algo importante, algo para nosotros. Ahora nuestro punto de vista está muy bajo. No es lo bastante bueno para mí.

No es lo bastante bueno para mí porque he estado cuatro años sometida a la vejación socialmente conocida como matrimonio. Es curioso, como la sociedad ve de machista a una mujer siendo violada físicamente en una película, y como cuando la mujer es violada socialmente en un matrimonio en una película francesa se llama arte. ¿Qué hay de las violaciones psíquicas a las que estamos sometidas las mujeres en matrimonios de conveniencia? Porque no todas las violaciones son físicas, y una violación psícológica prolongada durante cuatro años puede llegar a ser mucho peor que una física. ¿Qué hay de la esclavitud y las vejaciones a las que nos someten durante el matrimonio? Todo eso ya no importa, porque el espíritu inconformista es aplastado vilmente por la fuerza social. Todo eso no importa, porque al perder la dignidad ya no somos mujeres, somos Qué-buena-estás.
Durante estos últimos cuatro años, me ha estado disparando dentro de mí su cola de empapelar paredes, consumiéndome por dentro, pudriéndome en vida mientras yo estaba tendida sobre la cama pensando en comer para llenar ese vacío interior. Ahora él se despierta y se vuelve a poner sobre mí.
Mientras me folla hago mentalmente la lista de la compra:
aceitunas
mermelada
azúcar
pan
tomate
leche
cebollas
jamón
lentejas
arroz
pasta
judías

3 comentarios:

  1. El amor nos degrada, y aunque nos demos cuenta miramos para otro lado... Llega un punto en el que ya no lo podemos llamar amor, pero nos hemos acostumbrado a vivir asi y, por desgracia, somos animales de costumbres.
    Por mi parte, si fuera Alicia y me diera cuenta de que no quiero a Ramon me iria, considero que la vida sin amor no es vida. En cambio, si a pesar de todo lo que Ramon hace estuviera enamorada de el...creo que lo soportaria, el amor me vuelve masoca.
    Machismo...soy una persona bastante feminista, pero no en el sentido de "la mujer por encima del hombre" sino en el sentido originario de la palabra, igualdad.
    Creo que Alicia deberia luchar por hacerle frente a la situacion e ir en busca de la vida que siempre ha soñado. Creo que si no lo hace no es por miedo, sino por esa falta de comunicacion y el sometimiento que soporta. Al fin y al cabo la comunicacion lo es todo, lo demas son complementos que hacen mas llevadera la convivencia.
    un beso!

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  2. Alícia, Alícia. Adorable narración. Grácias por seguirme (:

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  3. Ya me he puesto al día. Hay que ver chico, unos días sin leerte y no veas cómo avanzas.

    Prueba superada señor Andrés, una vez más me has hecho tragarme mis:
    "Pero podrás con una mujer en un matrimonio de conveniencia?"
    Vale, has podido y notablemente. Ahora te queda descansar, que es lo que toca.

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