martes, 22 de diciembre de 2009

Esperando al comprador

Cuando llego a la aparcamiento acordado como lugar donde se llevará la transacción, veo que no hay nadie. Está literalmente vacío. Se me pasa por la cabeza la idea de que sea una trampa: un comprador de armas medianamente inteligente no llegaría tarde jamás a su trabajo. Desecho la idea al poco rato, ni Dios ni la ley saldrían de su agujero en una noche como esta. Todos prefieren apilarse junto a sus mujeres en sus casas, con sus trabajos para toda la vida, esperando a que el frío se vaya y el día caiga en lugar de hacer algo.
Veo a las ratas apilarse junto al cálido vapor de agua que despiden las alcantarillas de Nueva York. Da gusto ver cómo todo ese entramado, todo ese subsuelo lleno de agua caliente que caracteriza esta ciudad sirve para algo. Para calentar ratas.
Así que me saco la pipa y me pongo a esperar al jodido comprador. Me tiemblan las manos del frío al encenderla, y pienso que no es mala la vida de una rata, pero luego caigo, ¿y qué cojones nos diferencia? Yo también voy de aquí para allá, para donde vaya la basura, al fondo, hacia la alcantarilla, buscando algún tipo de calor que de alguna forma nada puede ofrecerme. Quizá ese tipo de calor que espero también se evapore.
Pero de una cosa estoy seguro, las ratas de verdad se libran de esperar. Y yo aquí, con el culo helado y tiritando esperando al jodido comprador. La gente dice que hay que hacer algo, que el tiempo se nos va y la vida se acaba. Y yo pienso que no, que siempre hay que esperar. Te pasas media vida esperando a terminar tus estudios, y luego esperando a terminar de pagar la hipoteca. Y para cuando has terminado, eres tan viejo que no puedes hacer otra cosa que esperar la muerte. La vida es así, tan seguro que aunque quieras perritos calientes y los tengas, siempre desearás estar haciendo justo lo que no estás haciendo.
Esa sensación de que hay algo más, de que la vida es más que lo que se percibe con los sentidos físicos te deja desconcertado, como las páginas arrancadas de un cuento para niños. Y te pasas la vida buscando, esperando una respuesta, y entonces, simplemente la diñas.
Yo, simplemente, no espero una respuesta, tan sólo espero al jodido comprador. Fumando con la pipa espero al comprador, y a la muerte. ¿Porque qué mejor manera de esperar hay? Lo único razonable es sentarse a fumar, y dejar que todo te lo hagan, y que el tiempo traiga al comprador y a la muerte.
Sólo me falta el calor de las ratas, eso seguro.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Sufrimiento y Arte

Algo que nunca te enseñan en la facultad de buenas artes es que, de acuerdo con el escritor Thomas Mann, para hacer buen arte hay que sufrir.
Ningún libro de arte hablaría sobre Nietzsche y su sífilis terciaria. Sobre Mozart y su uremia. Sobre Paul Klee y el escleroderma que le encogió los músculos y las articulaciones hasta la muerte. Sobre Frida Kahlo y la espina bífida que le llenaba las piernas de llagas sangrantes. Sobre lord Byron y su pie deforme. Sobre las hermanas Brontë y su tuberculosis. Sobre el suicidio de Mark Rothko y Hemimngway. Sobre Flannery O'Connor y su lupus.
Algunas pinturas al óleo están llenas de plomo, cobre u óxido de hierro. Grandes artistas como Vinvent van Goght o Toulouse-Lautrec se intoxicaron con ellas al retorcer el pincel con la boca para darle más punta.
Pinturas tóxicas, absenta y sífilis. Venenos, drogas y enfermedad. Inspiración.
Todo arte es autorretrato. Quizá por eso la inspiración necesita enfermedad, heridas y locura. Quizá por eso el arte necesite, en cierto modo, autodestrucción.
Paganini, quizá el mejor violinista de todos los tiempos, sufría la tortura de la sífilis, la tuberculosis, la diarrea, la ostiomielitis en la mandíbula, las hemorroides y las piedras en el riñón. El mercurio que le hicieron tomar los médicos tomar para su sífilis lo envenenó hasta que se le cayeron los dientes, la piel se le volvió de color gris blanquecino, y perdió el pelo. Paganini tenía el aspecto de un cadáver, de algo putrefacto, de haber muerto, pero cuando tocaba el violín se convertía en inmortal.
También padecía el síndrome de Ehlers-Danlos, una enfermedad congénita que le dejó las articulaciones tan flexibles que era capaz de doblarse el pulgar hacia atrás y tocarse la muñeca. De acuerdo con Thomas Mann, justamente aquello que lo torturaba le convertía en un genio.
Todo es autorretrato.
Miguel Ángel era un maníaco-depresivo que se retrato a sí mismo como mártir flagelado en su cuadro. Henri Mattise dejó la abogacía por una apendicitis y comenzó a pintar. Robert Schumman solamente empezó a componer después de que la parálisis de su mano derecha terminara con su carrera de concertista de piano.
Tal vez la gente tiene que sufrir de verdad antes de poder arriesgarse a hacer lo que aman.