jueves, 14 de mayo de 2009

Diario de un yonqui (II)

Y aquí estoy de nuevo sentado en la oscuridad, acariciándome el dolorido muñón pensando en la última vez que me chuté.
Intento encaminarme hacia el espejo. Cada paso es cruel. El dolor no procede de la extremidad del muñón, sino que parece recorrer todo mi cuerpo. No solo han mutilado una parte de mi cuerpo, también parecen haber sesgado una parte de mí mismo. De mi yo como persona. En algún lugar del camino me perdí a mí mismo.
A pesar de todo consigo llegar hasta el espejo que hay en el cuarto de baño y me examino a mí mismo. Esa masa humana uniforme, en apariencia abatida, de carne casi gris y demacrada parezco ser yo. Me fijo en mis escuálidos brazos y llenos de costras. Me fijo en mi cara, de esa palidez casi absoluta, de un tono casi blanco que contrasta con mis ojeras y el puñado de granos rojos que tengo esparcidos por toda la cara. En especial hay uno muy cabrón sobre el labio, que más que como acné merecería ser clasificado como forúnculo. Es como si yo no fuese yo mismo, como si no me sintiese identificado con el revelador reflejo del espejo.
¿Cuándo fue la última vez? ¿Noviembre, Diciembre?
¿Y a quién coño le importa?
Era una de esas veces que intento dejar mi tercer año de adicción al dragón. Ya había sobrecargado todas las venas, tanto del brazo como de las piernas. Entonces la vi: con esa erección arrogante y esa vena que asomaba sin necesidad de coagularla que parecía suplicarme que le diese un chute. Así que ahí me pinché; en la polla. No sé porqué lo hice, fue una estupidez. Al principio ese dolor puntiagudo pero poco pronunciado era de lo más soportable, pero conforme fue bajando los efectos de la heroína lo fui notando: aquel escozor bestia e inhumano que recorría mi cuerpo con cada implacable latido. Sabía que si me rascaba, ¡kaput!, se me infectaría y entonces sí que la habría cagado; pues me la habrían tenido que amputar.
Pero aquel dolor, aquel escozor... No podía ser humano. Así que hice lo único que sé hacer. Pincharme en una arteria de la pierna izquierda, pues tenía todas las venas sobrecargadas; para aliviar el dolor. Después de ese pico me prometí dejarlo.
Siempre te dicen que no te inyectes heroína en las arterias, que lo hagas en las venas; sin embargo, se comen el porqué: la sangre sale del corazón, en lugar de volver a él. Así que, la sangre, en lugar de desembocar de los vasos sanguíneos más pequeños a los más grandes, lo hace al revés; ramificándose en vasos más pequeños hasta llegar a capilares minúsculos. Así que supongo que con la heroína pasa algo parecido al conocido efecto embudo: las tapona y coagula. Eso sumado a la rigidez arterial propia de los heroinómanos forman el cóctel perfecto para que la coagulación se extienda.
Al día siguiente me desperté con media pierna podrida y el síndrome subiéndome; acudí al hospital. Y ya se sabe cómo son los médicos españoles, al menor rasguño tienden a la amputación en lugar de buscar curas alternativas. Por tanto ahí estaba, un día de Navidad en una camilla camino al quirófano donde me iban a cortar la pierna para que la gangrena no se siguiese expandiendo.
Sin anestesia ni nada, a serrar. Y fue bastante rápido, aquella sierra desmenuzó el hueso en cuestión de un segundo o dos. Todo fue un horrible dolor que pareció dividir mi cuerpo en dos; la pierna y lo que quedaba de él. Después nada, solo un extraño cosquilleo en el muslo y una sensación de malestar y mareo general. Mientras mordía aquel bolígrafo oía: No mires, no mires. Y yo miré; y deseé no haberlo hecho, fue horrible.
Allí estaba mi pierna, todavía sobre la mesa de operaciones. Ahora en de un tono blanco fantasmal. Con las manos, toqué el muñón que estaba siendo tratado con una sustancia incolora que parecía secar la herida, mientras los médicos me limaban una parte del hueso que quedaba sobresaliente. No recuerdo cómo fue, pasó tan rápido... Sólo recuerdo ese impacto, el hecho de ver despegado de mí una parte de mi cuerpo. El dolor ahora parecía lejano, al igual que sus voces y la sala de operaciones. El mundo parecía moverse y respirar, y mi visión se transformó en lentas diapositivas. Yo parecía incorpóreo, sólo notaba una sensación de mareo general y una bruma que parecía invadirlo todo y convertirlo todo en sombras borrosas hasta el extremo de convertirse todo en una fotografía negra.
Después caí en la oscuridad del vacío, en un oscuro y amargo vacío; dónde oía voces de ánimo de fondo y una sensación eléctrica que me debilitaba hasta el punto de impedirme el movimiento.
Cuando desperté, estaba en otra habitación. Mi hermano estaba a mi lado, cogiéndome la mano. La rehabilitación fue peor que la operación en sí. Depresión, impotencia, dolores, mareos, vómitos, negación de la realidad...
Y hoy me dieron el alta. Subir los once pisos de mi bloque de viviendas sin ascensor hasta mi hogar es una horrible tortura. Cada paso pesa en el alma, cada paso duele. Mi pierna sana parece no poder cargar con todo el peso de mi cuerpo, ha empezado a dolerme. Y el dolor, la depresión, el insomnio, la melancolía, la discapacidad: todo forma parte de esa horrible y repugnante maquinaria que tiene por objetivo reducir mi ya agonizante vida a añicos.
Quizá,... quizá ya sea hora de volver a meterse otro chute.

1 comentario:

  1. Creo que ya lo pillo. Osea que no es tan tonto como para chutarse un par de veces en la msima vena pero sí lo es como para chutarse en la POLLA! La verdad es que no entiendo a éste Pablo.
    Por otra parte, me inquieta levemente que describas tan bien cómo te siente cuando tienes el mono o cómo se siente una persona a la que amputan la pierna...


    PD: Oye, mis objeciones no son críticas eh? me gustan tus narraciones, esque soy así de SIMPÁTICA xD

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