martes, 21 de julio de 2009

Fiesta en casa Roy

"Detesto esa puta mierda, joder" declaró Rant, "¿qué tiene de fuste follar con un durex puesto? Puto sexo seguro, puta muerte segura. Si no hay riesgo ni incertidumbre no se disfruta, joder."
"Que te jodan, Rant. Es mi polla y hago con ella lo que me salga de los cojones", contestó Victor, a medio camino entre la risa y el enfado.
"Vale, pues que te den por el culo".

Las discusiones de borrachines eran un problema secundario, nada comparado con Roy. Roy era el problema principal. Este es su piso, es su reino, y parece haberse propuesto que todos lo pasemos bien. En lo que a mi experiencia se refiere, ese es el "nos" mayestático de Roy, pues el único que lo pasa bien es él. Pasarlo bien según su criterio es tener que aguantar su mierda de discos de Simply Red, U2, y demás grupos de rock comprometido toda la noche, mientras nos cuenta sus batallitas sexuales.
De eso tratan, más o menos, las relaciones públicas de Roy. La gente trata de aguantarlo y aumentarle el ego mediante comentarios halagadores a las mismas historietas que ya ha repetido hasta la saciedad, poniéndo gran esfuerzo en parecer que es la primera vez que las escuchan. A cambio Roy no te partirá la cara, y si algún otro cabrón pretende hacerlo ya se ocupará él de hacer que se arrepienta.

Ahora Roy le está dando la barrila a Adam. Adam asiente ecuánimamente mientras le temblequea la mandíbula por el ácido en el que está colgado. El muy capullo lleva encima cuatro pastis de ketamina. Se apostó conmigo a que se colocaría más que yo; que sólo voy de dos secantes de LSD; con esas cuatro. Y por ahora parece estar ganando, pues la charla que le está dando Roy sería difícilmente soportable si no fuese de ácido.
Adam es bajista en un grupo de punk mugriento. Había un gran proverbio que decía que si no tenías ni zorra de música, pero aún así querías crearla te dedicases al punk. Lo difícil sería clasificar al punk más como música que como una serie de ruidos grotescos canalizados estruendosamente por los altavoces. Pero de acuerdo con esa teoría, Adam sería un perfecto punk. Imaginad a un drogata pasado de ácidos con un viejo Sojing de cuerdas de niquel de 0.45 que suena a cascajo. Imagináoslo, y subidlo a un escenario dándo gritos. Fatal, ¿eh?
Ahora, en realidad Adam me ha contado que está tan colgado en los conciertos que apenas puede actuar. Así que se dedica a dar saltos y aporrear ese cascajo que tiene por instrumento, mientras hay un CD con las pistas de bajo grabadas en playback.

Todo en el piso, en la fiesta, va según tendría que ir.
Una furcia con unas Doctor Martens está ligando con un chaval. Se da la vuelta, y puedo ver las letras , poco sugerentes ellas, impresas sobre su camiseta que dicen INSERTE POLLA AQUÍ, y una flecha que señala el trasero.
Mientras Tommy está metiendose rayas de coca en la mesa de la cocina. Después estornuda, y un enorme moco blanco sale disparado, quedándose pegado en el suelo. Al ver que está lleno de polvo blanco, Tommy se agacha, lo lame, y lo lleva de vuelta a su interior.
Jane y Aston están teniendo una fuerte discusión sobre quien tiene más derecho a chuparle la polla a Richy, que está tirado en el sofá, totalmente ido por las gelatinas de metadona.
Marc está bailando en calconcillos delante de la televisión. Su novia se va del piso, como protesta por su comportamiento. Para empezar, Marc está tan borracho que ni siquiera había reparado en su presencia.
Unos yoncarras con arpones hacen trainspotting sobre sus siniestros, mientras un oso blanco pasa entre ellos dejando una estela rosa allá por donde anda.
"Hostia puta, Adam, ¿has visto el oso?"
"Nah, tío, en realidad es un perro-oso, sabes."
Y así es. Así es todos los jodidos fines de semana.
Para muchos, esta forma de vida parece aterradora y deprimente, y en cierto modo lo es, si no estás demasiado pasado como para no sentir nada. Para otros, es una forma de vida que les ayuda a superar todos sus errores; una vía de escape a la depresión y el aburrimiento.
Para mí, no podría ser más aburrida. Pero así es la vida, escoges y andas un camino. Y siempre es tarde para volver atrás y escoger otro.

domingo, 19 de julio de 2009

La historia de tu vida

Probando, probando.
Aquí solo, sentado en un reconfortante filtro de soledad, veo el cielo azul y ecuánime que se extiende hasta más el allá. El sol es absoluto y ardiente justo delante de mí. Este es un día precioso, y será precioso para siempre.
Tengo apretado el botón de la grabadora.
Probando, probando.
Mientras las lenguas de fuego narantas y amarillentas se retuercen sobre todo lo que queda de este rascacielos. Las escaleras de los camiones de bomberos sólo llegan hasta el octavo piso. Si estáis en el piso número doscientos cincuenta y cuatro de un rascacielos en llamas lo tenéis jodido.
Si estáis escuchando esto, es que yo estoy muerto.
Y ésta es mi autobiografía.
En ella se cuenta la historia de Chester Branson. La historia de lo que todo salió mal, la historia de lo que nunca debió haber sucedido.
Probando, probando.
Estoy atrapado en mi vida, en el piso de un gran rascacielos, y el ecuánime cielo azul se acerca cada vez más deprisa. Tal vez mi historia termine envuelta en llamas. Tal vez esta cinta nunca llegue a ser escuchada.
Pero no me importa, sólo quiero dejar constancia de la existencia de un persona que realmente nunca vivió como tal. ¿Y si no se vive como persona, se puede morir como persona?
Ojalá pudiese irme y dejar atrás la vieja historia de mi vida. Porque hay muchas cosas que quisiera cambiar, pero ya no puedo. Ya está todo hecho. Ahora no es más que una historia.
Probando, probando.
Mi nombre es Chester Branson, y tengo treinta y tres años. Y es de lo más irónico, pero ahora siempre tendré treinta y tres años.
Y no seré nada. Me limitaré a ser una dedicatoria pobre en una lápida.
Sube al cielo, quizás.
Tu familia te acompañará siempre, tal vez.
A lo mejor, fue un fracasado para el mundo, fue el mundo para mí.
No lo sé. Y no me importa.
Ahora siempre sólo seré el recuerdo angustioso que os impida dormir. Tal vez me limite a ser un ramo de flores al año depositado sobre una tumba.
Probando, probando.
Trabajaba aquí, en esta oficina. No hay nada como una lista para ver la línea recta que va de la vida a la muerte. Mi vida se reducía a limpiar los despachos de jefatura los lunes. A limpiar los cristales los miércoles.
Según esa lista, ahora debería estar limpiando los ciento setenta despachos.
Con este sistema, toda tu vida se reduce a puntos en una lista. Tareas que cumplir. Toda tu vida aparece ante tus ojos, plana. La distancia más corta entre dos puntos es una línea temporal, el horario, un mapa de tu tiempo, el itinerario del resto de tu vida.
Probando, probando.
Jueves, 6:20 PM: quitar el polvo a los ordenadores.
Viernes, 12:30 AM: vaciar todas las papeleras y sacar la basura.
Sábado, 9:00 PM: morir incendiado.
La muerte no tiene nada de enigmático. Nada de heróico. Nada de doloroso. Sólo es otro punto de tu vida que cumplir. Para bien o para mal, es el último punto. Y entonces la libertad, la muerte. Tan perfecta, tan compleja. Creed en mí y moriréis para siempre.
Probando, probando.
Un helicóptero de la policía pasa junto a la ventana surcando el cielo, mientras yo me esfuerzo por morir.
El fuego me abrasa. Pero no duele. Por lo menos no de la manera que solía doler. Porque ahora, este dolor físico es lo único que tengo. Este dolor es mío, y de nadie más, y porque duela no se va a ir. Este dolor físico es lo único que me hace sentir vivo. Es lo único realmente mío, lo único que puedo crear en mí. El dolor es lo más puro que existe.
Probando, probando.
Aquí la vida y la muerte de Chester Branson. El cielo es azul y justo en todas direcciones. El sol es total y potente. Este es un día precioso, y será precioso para siempre.
Aquí, a continuación, la historia de Chester Branson. La historia de su vida. Lo que todo salió mal. Lo que tal vez nunca debió haber sucedido.
Probando, proban...

miércoles, 15 de julio de 2009

London Crawling (III)

Convierto la carta de Gemma en una pelotita y la tiro a la basura. La dura vida del apático emocional; la dura vida de un autista emocional.
Pero lo daría todo, lo daría todo sólo por ver en su cara reflejado el momento en el que tiro su carta a la basura. Lo daría todo sólo por tener uno de esos teléfonos en los que se oye todo para que, cuando me llamase, escuchase la cadena del retrete. O para que escuchase el sonido de un huevo friéndose. Y entonces sabría que me la suda.
Un espasmo de bienestar recorre mi cuerpo justo cuando veo cómo el papel arrugado se cuela en la papelera. Oh, qué bonito es dejar a alguien cuando aún quiere verte. Porque indudablemente tendrás que dejarla cuando no quiera volver a verte.

Hecho esto, bajo a comprar el periódico para ver las necrológicas. La muerte, la única prueba de que no todo es verdadero, auténtico e invariable. Todo se acaba, todo se pudre, todo se marchita, todo cambia.
Llega un momento en el que puedes medir tu propia muerte en función de las muertes ajenas. Cuando compras bombillas no sabes que estás limitando tu vida al registro de luz. No sabes que cada bombilla de esas dura unos cinco años aproximadamente. Entonces caes, cuando ya has cambiado unas siete bombillas, te das cuenta de que probablemente no vayas a poder cambiar otras siete.
Terminas el instituto, ¿y ahora qué? Universidad. ¿Y ahora qué? Te casas, compras una casa, crías una familia. ¿Y ahora qué? Terminas de pagar la hipoteca. ¿Y ahora qué? Y entonces te mueres.
Y te das cuenta de que no hay nada que haya justificado tu existencia. Has hecho todo lo que se supone que hay que hacer. Has sido obediente. Has criado una familia, y te has aburrido trabajando todos los días de tu vida. Has sido un buen ciudadano. Has cumplido tu papel en el ciclo vital de la vida dejando descendiencia. ¿Pero qué ha sido de ti? Has sido ciudadano, has sido padre, has sido contribuyente, has sido marido, has sido comprador, has sido mecánico. Has sido todo lo que se supone que hay que ser, pero no has sido .
¿Qué desearías haber hecho antes de morir? Escribe un libro, construye una casa, esculpe una estatua, pinta un cuadro, compón una canción. El arte es la única manera de inmortalizar. Convierte tu vida en una obra de arte. Inmortalízate.
Por eso miro las necrológicas, es la única manera de sentirme vivo. Treinta y dos años y no he vivido. Sigo siendo un niño de treinta y dos años. Por eso visito las tumbas todos los días.
Las juergas con alcohol y drogas tenían su gracia al principio. Pero dejan una cuenta de linfocitos espantosamente baja. Casi puedo sentir la tuberculosis incubándose en el interior de mis pulmones. Meciéndome suavemente con cada inspiración y espiración.
Me voy a morir y este no puede ser el final. Tiene que haber algo más. Necesito que lo haya.
Por eso siempre pego el oído a las criptas, intentando escuchar una respiración agitada y el sonido de los arañazos. Por eso siempre que veo a alguien saliendo de Bunhill Fields pienso que, por favor, que esté muerto.
Incluso yo acorralado por una horda sedienta de sangre de zombis sería feliz. Incluso si me matasen y me eviscerasen sería feliz. Porque sabría que hay algo más. Que no es el final.

jueves, 9 de julio de 2009

Dance tonight, revolution tomorrow

Me encantaban todos esos pequeños detalles. Esos minuciosos detalles, que cuidabas a la perfección. "Los pequeños detalles son los que rigen el mundo", solías decir tú. "Hay que cuidarlo todo a la perfección, todo error, por nimio que sea, puede tener su consecuencia negativa", decías. "Como la mariposa que bate sus alas y crea un huracán en el lado contrario del mundo". "Así nací yo", añadías, "un pequeño error en un preservativo, un pequeño agujero". "Y fíjate todo lo que he logrado, un pequeño agujero en un preservativo ha cambiado el mundo veintiocho años después", decías, "como la mariposa que bate sus alas".
Y lo recuerdo, lo recuerdo todo. Cada forma labial acompasada que dejaba sonido a una vocal, cada mirada. Lo cuidabas todo al más mínimo detalle.
También recuerdo que dijiste cuando me declaré. Dijiste "Lo primero que has de saber es que la esperanza es una fase que se deja atrás". "Deja atrás tu esperanza, olvídala". Te constesté que no lo entendía.
Entonces era una niñita presumida y tonta. Ahora sí que lo entiendo a la perfección, cariño. Tú me lo has hecho entender.
"No sirve de nada tener esperanzas, las cosas no se harán solas por mucha esperanza que tengas", me decías, "tienes que hacerlas tú". "Todo el mundo está solo en este mundo", continuabas. "No te entiendo", decía yo. "Nadie aprende metafísica en un sólo día", me contestaste, "ya lo entenderás".
Y así es, ya lo entiendo. Lo entiendo, todos estamos solos.
Te recuerdo a ti, encima de un pozo de sangre, en el lecho de tu muerte. Pero reías, eras feliz. "Todo ha salido según el plan", me dijiste. "¿Qué plan? ¡Te estás muriendo!", contesté. "En eso consistía".
Y entonces me explicaste. Me explicaste que tu verdadero sino en la vida era reducir la civilización a cenizas. Me explicaste que el trabajo de reconstruir un mundo mejor no te correspondía a ti. Y añadiste "Lo siento, amor mío, creo que no te hice entender que todos estamos solos en este mundo".
Te reíste y continuaste. "Quería saber qué se sentía, qué se sentía sabiendo que tu próxima bocanada de aire sería la última, tu estertor. Quería vivir ese segundo en el que la vida pasa ante tus ojos. Yo lo estoy viendo todo, cariño, y para empezar no es un segundo sino una agradable eternidad".
"¿Y qué ves?"
"Te veo a ti, nos veo a nosotros. En un bosque de arces, antes de la revolución, antes de la pistola, antes de la anarquía".
"Sólo quiero que me prometas una última cosa", continuaste, "recuerda todo lo que te he dicho. Y prométeme que les dirás a los chicos que volveré".
Aquello no lo entendí del todo. Pero hice correr la voz.
Día tras día, tu tumba se llenaba de pancartas.
"Te echamos de menos, señor", decían.
"Estamos continuando con su plan", decían.
"Hacemos del mundo un lugar mejor".

Pero seguí recordando, recordándolo todo.
La gente siempre te tenía por un sanguinario. Me preguntaban cómo podía amar al hombre que ahorcó a unos políticos. Cómo podía amar al hombre que quemó todas las instituciones públicas. Me preguntaban cómo podía amar al hombre que hizo volar por los aires siete campamentos militares.
Pero ellos no entendían, no entendían como eras tú en realidad. No conocían tu otra mitad de vida. Yo era la única que te veía recién levantado. Yo era la única que disfrutaba cuando me traías el desayuno a la cama. O cuando llorabas en mis brazos preguntando si tanta violencia tendría un fin positivo.
Yo era la única que conocía aquellos besos en praderas bordeadas por bosques de arces.
"¿Por qué lo haces?", te preguntaba.
"En realidad la gente no mata el tiempo, es el tiempo quien los mata a ellos", respondías. "Haz algo importante con tu vida, haz que el tiempo te resucite y no mate también tus recuerdos."
"No lo entiendo", decía yo.
"Verás... Mi corazón está dividido en dos mitades. En una mitad estás tú, y en la otra mitad está el resto de la humanidad. Eres mi mitad de vida. Quiero el bien para ti, pero también lo quiero para ellos".
Yo era tu mitad de vida.
Entonces no lo entendía.
Ahora he estado recordando. Ahora sí lo entiendo.
Tu plan tenía dos fases: destrucción y reconstrucción.
Tú eras una parte de tu vida, y yo era la otra.
Y dijiste que volverías.
Entonces no lo entendía, pero ahora sí. Ahora veo exactamente cuál es mi cometido en tu plan, en tu vida. Ahora sé que no has muerto, que en realidad sigues siendo otra mitad que sigue viva en mí. En el recuerdo de todo el mundo. Todos esos pequeños detalles, esas pequeñas palabras que tanto cuidaban... son las que cambian el mundo.
Cuando hagamos del mundo un lugar mejor, será mi turno. Podré ir al otro lado a visitarte. Podremos consumar nuestro amor. Si no lo hacemos en el otro mundo lo haremos en los recuerdos de todas las personas.
Ahora... ahora tengo una revolución que continuar.

martes, 7 de julio de 2009

London Crawling (II)

Algunos se creen es quedar con una tía, y ya se baja ella las bragas. Pero no... Primero toca aguantar sus pajas mentales en la cena de rigor -la cual por supuesto tendrás que pagar tú- sus comentarios y su insulsa y aburrida charla hasta bien entrada la madrugada. Y si después de semejante lobotomía y de un riguroso asalto a la cartera has sobrevivido, entonces a lo mejor, pero sólo a lo mejor, habrá sexo.
Demasiado rollo para echar un clavo, preferiría irme de putas: mucho más barato incluso con las mejores, además de que puedes escoger tú y no te dan la brasa.
Pero ya basta de aborrecerme a mí mismo y a la humanidad; hoy quedé con una chica que conocí en mi anterior trabajo como maquinista. Ella era mi superiora, la manda-más. Desde una oficina en lo alto de la entrada oeste de la fábrica dirigía todo el cotarro. Ocurre que quedamos a cenar una noche para hablar sobre lo de mi indemnización. La velada fue bien; tan bien que hoy, dos meses y seis días después, me ha vuelto a llamar.
Gemma, se llama; trajeada, entusiasta y bonita.

Cuando la cena acaba, no queda más remedio que ir a mi casa, a mi destartalada casa en Hackney. Mientras vamos en taxi adentrándonos en las miserias del barrio, las ladinas miradas de soslayo de Gemma, discretas y furtivas, me indican que sus expectativas se reducen con cada semáforo que dejamos atrás.
Cuando entramos, noto su decepción en estado de crispación, mientras hecha un vistazo y yo me disculpo por el desorden de la casa. Cuando en realidad creo que está a punto de lanzar el último pílum del rechazo, ahoga su crispación en un vaso de amabilidad, respira hondo y dice: "¿Podemos sentarnos a hablar un poco?".
Y así es todo, el conejo se ha metido en la madriguera del lobo. Nos sentamos en la cama y empezamos a hablar sobre trivialidades, mientras a mí se me hace todo más difícil, pues sólo encuentro ganas de decir: cierra la puta boca y bájate las bragas, nunca más volveremos a vernos y si nuestros caminos se cruzan disimularemos nuestro bochorno con estoicismo y fingida indiferencia.
Lo más difícil es escuchar, pero también es lo más importante. La charla de antes del polvo. Todo es un ritual. El ritual a partir del polvo se vuelve de lo más deprimente.
Intento evitar el silencio, aunque me es difícil, y algunas de sus miradas -demasiado autocensuradoras como para resultar coquetas- lanzadas durante los lapsos de la conversación me indican que tiene algo importante que decirme.
Y entonces lo dice. Dice: "Te quiero". Mientras yo, de repente, me doy cuenta de su elegancia, su piel impecable, y esa sonrisa generosa.
Mientras noto esa sacudida de bienestar que va de la espalda a la cabeza, mientras ella se me acerca para besarme, yo pienso: ahora. Ahora es el momento de enamorarse. Sólo tienes que subirte al barco del amor, dejar que la entraña del amor os envuelva en un turbio embeleso. Y entonces mirarse estúpidamente a los ojos, jurar amor eterno.
Pero no. Hago lo de siempre y utilizo el sexo como medio de socavar el amor. Me abalanzo sobre ella, nos desnudamos, nos morreamos y lo hacemos.
Hago esperar el clímax hasta que pasa el expreso de las 01:32 de Liverpool Street, que lo hace retumbar todo, y entonces llegamos; llegamos los dos; y ella me declara su amor imperecedero a gritos.

Cuando se va a ir, no soy capaz de decirle nada. No soy capaz de sacar nada bonito de mi boca. Se queda en la puerta esperando algo, algo que se supone que debería decir yo. Tiene en los ojos ese aspecto culplable y dolorido de los rechazados. Mientras sale por la puerta, se me humedecen los ojos al pensar en su hermoso rostro. Fantaseo con bajar las escaleras gritando su nombre con un ramo de flores, abrirle mi corazón, jurarle amor eterno. Hacer de su vida algo especial, ser ese príncipe azul montado en un corcel blanco.
Esa fantasía... Pero no es más que eso.
Una asquerosa sensación de desamparo se apodera de mí cuando la veo alejándose por la calle. Decididamente sí, el ritual se vuelve sombrío y deprimente después del polvo.
Pero esa maldita fantasía: es fácil amar a alguien ausente, imaginárnoslo a nuestra medida; es fácil querer a quien no conocemos en realidad.
Y en eso soy un maestro.

viernes, 3 de julio de 2009

Sin sentir nada

Quería morir. Y pensé que lo haría, podía sentir que lo estaba haciendo. Desde luego, no era una muerte física; sentía que algo dentro de mí se había podrido. Como unos pensamientos cancerígenos que se extienden intoxicando al resto de sentimientos. Hacía tiempo que ya no sentía nada.
Ya parecía haber llegado el momento. En cierto modo, hacía ya algún tiempo que sentía que había llegado el momento, pero siempre procuraba ocultármelo a mí mismo.
Y ella me estaba haciendo sentir. Sentir de la misma manera que yo la hice sentir a ella. Me daba patadas con fuerza mientras me apunta con ese enorme rifle.
Me miró a los ojos, y yo le intenté sonreir. Gracias a Dios que lo había recuperado, que había recuperado todo lo que le quité: es preciosa.
Comprendía su dolor, comprendía su sufrimiento, que sencillamente tenía que salir a la superficie. Era la única manera de devolvérmelo todo.
-Tú me enseñaste que sí tenías ese derecho... Que tenías ese derecho simplemente tomándolo. La fuerza equivale al derecho. El derecho se ejerce. Y ahora me toca a mí ejercer el derecho, Bruce.
Me apuntó a la cabeza y yo cerré los ojos, entonces algo ocurrió. La habitación desapareció, el miedo desapareció. El dolor se fue. Todo lo que tenía y había tenido ya no imporaba porque sencillamente había llegado la hora. Ese era el final.
Pero lo descubrí, descubrí la libertad. Cuando lo había perdido todo, ya era libre de actuar como quisiese. Ya no tenía nada que perder, y gracias a ello, era libre. Descubrí la libertad antes de morir. Y fue el más bonito regalo que me han hecho nunca.
Pero ella no disparó.
-¡Joder, Bruce! ¡Quiero que me mires a los ojos mientras lo hago! Yo siempre te miraba mientras me pegabas, ¿recuerdas? Te suplicaba para que parases, Bruce. No sé qué te pasó para que te convirtieses en la miserable coartada de persona que eres, pero ese no es mi problema. Tú eres mi problema, o más bien lo eras. Ahora yo soy tu problema.
Cuando abrí los ojos, esa agradable sensación de desesperanza desapareció. La miré a los ojos, a esos acuosos y menguados ojos...

Como aquella vez. Tú contra la pared, y yo doblándote los dedos hacia atrás. Atiborrado de alcohol, y tú mirándome con esos acuosos y menguados ojos, en un estado sobrenatural que iba más allá del miedo y del dolor, mientras me suplicabas, me decías que si aún me quedaba una pizca de humanidad que parase. Mientras yo trataba de pensar por qué debería parar, tratando de sentir algo que me hiciera parar antes de aquel crujido.
Aquel grito.
Aquel crujido.
Y el cambio en tu grito, entonces más roto y desesperado que nunca.
Yo te estaba haciendo sentir, pero yo seguía sin sentir.
Sin sentir nada.

Quería pedir perdón. Pero no podía hacer nada.
Estaba ahí, de rodillas intentando respirar. Sentía que mis huesos se agitaban de la cabeza a los pies, haciendo que mi cuerpo se estremeciese con un ritmo discorde y mareante.
Quería pedir perdón.
Pero las palabras se me atrancaban en la boca mientras observaba cómo ella cargaba el arma.
Quería pedir perdón. Quería morir, y pedir perdón.
El cañón estaba entre mis cejas. Un disparo y teñiría la pared de rojo con mis sesos. Un disparo y todo habría acabado, antes de que pidiese perdón.
-Bruce, amor mío... Ve despidiéndote.
Intenté disculparme, intenté razonar, intenté llorar, intenté suplicar, pero la voz se me secaba en la garganta mientras ella tensaba el dedo sobre el gatillo.