martes, 26 de mayo de 2009

Alicia en el país de las maravillas (III)

Ramón acaba de llegar a casa. Trabaja hasta muy tarde; horas extra, o al menos eso me dice. Tiene un encargo de mayor responsabilidad, suele contestar, lo cual requiere una gran cantidad de esfuerzo y de horas extra. Me han puesto secretaria, ha añadido no pocas veces. Soy responsable, me dice.
Es responsable. ¿De qué es responsable? De hundirme en la miseria, eso es. Oigo el cerrojo cerrándose de la puerta, lo cuál me indica que acaba de entrar. Me lavo los dientes rápidamente para que no note el olor del vómito que acabo de dejar en el váter.
Por la forma en la que le miro creo que dejo muy claro que estoy descontenta con su actitud.
"He tenido que hacer horas extra", me cuenta por cuarta vez en lo que va de semana.
Sí, sé de qué va esto. Sobre fidelidad y demás. Pero no haré nada porque sencillamente no me importa. Lo que espero es que la otra tenga tendencia a soportar lo que sea, y sea adicta a cualquier tipo de atenciónes. Quizá,... quizá acabe en la misma relación en la que sea objeto de abuso, como yo; con Ramón. Quizá así pueda ser libre. Pasarle a otra el marrón.
Nah, eso sería cruel y abusivo. Casi siento lástima por la otra.
Lo verdaderamente divertido del asunto es ver cómo han ido cambiando las excusas a lo largo del tiempo: tengo que ir al gimnasio, he de echar unos papeles, tengo que ir al cine, he quedado con mi superior para revistar unos archivos... Sé lo que hay y me toca aguantarme. Nadie más que yo tiene la culpa, y posiblemente eso cambie pronto.
Pero sencillamente no me importa.

Se queda callado. Casi empiezo a hablar; pero no. Recuerda: no te dejes manipular por los silencios de otra gente. Resiste la tentación de rellenar los huecos, elige tus palabras. ¡Imponte!
Ahora me mira con condescendencia fingida; como una pregunta retórica en pos de una afirmación: sospecho de sospecha que sospecho algo. De cualquier manera, poco me importa.
Va a decir algo. Algo que dice todas las noches. ¿Qué voy a hacer yo? Sonreír tontamente como hago todos los días, como si tuviera una cuchara en la boca.
"¿Cómo está el sol de mi vida?", pregunta. Me dispongo a articular mi respuesta habitual: muy bien, pero algo me sucede.
"¿Qué te hace pensar que soy el sol de tu vida?"
Joder, ¿qué estoy diciendo? Es culpa mía, tengo que controlar mis reacciones. No debería decir eso... ¿Por qué no? Sí que puedo. En realidad puedo decir cualquier cosa. Ya casi me he tragado ese rollo bíblico de que vivo para servirle. Si él hace un comentario que no logro entender, puedo pedirle que me lo explaye. ¿Qué hay detrás de ese comentario?
Al pobre no le hace falta fingir que está herido, lo está de verdad. Tiene ese aspecto de chiquillo herido que hace que lo odie por la ternura que me inspira. "Bueno, verte todos los días me alegra el día. Por eso digo que eres el sol de mi vida". Me contento con hervir por dentro mientras la ternura se evapora.
Por mucho que lo intento, no logro impedir que hable Alicia la mala. Antes sólo pensaba, ahora ha empezado a hablar. Estoy esquizofrénica y Alicia la mala ha tomado el control... Un golpe de furia injustificada me hace contestar. "Es realmente curioso lo absolutamente desproporcionado que resulta. A mí me pasa algo totalmente inverso. Verte todos los días no tiene ningún impacto positivo en mi vida; al contrario". Ya no caben más miserias, la caja de Pandora ha reventado.
Cuando en tu cabeza está todo este odio, tiene que salir a la superficie de tu vida. Si no lo hace, te aplastará. Y a mí no me van a aplastar.

El momento es relevante: cuando algo que no podía decir, se convierte en algo que sí puedo decir. No le doy tiempo a contestar, rápidamente me echo a llorar sumida en un ataque de arrepentimiento. "Perdóname... He tenido un día duro; de verdad, perdóname", me oigo decir a mí misma. He perdido los papeles, vuelvo a ser Qué-buena-estás, un mero objeto sexual.

Y entonces el me abraza. Como si... como si la proximidad física pudiera compensar la distancia emocional. Me abraza con fuerza, pero no hay amor ni ternura. Sólo desesperación. Quizá tenga que ver con la conciencia de que me estoy alejando de él, alejándome de ese mundo que él quiere que habite: su mundo, el mundo que no compartimos. No es el mundo que compartimos porque yo soy suya, su propiedad, y él no renunciaría a ella fácilmente.
Soy una fuente de consuelo, un osito de peluche para un niño.
Pero los demás nunca lo ven así, y su pudiesen percibir la envervante inmadurez de este hombres supuestamente exitoso, sólo les parecería entrañable, como en tiempos a mí.
Sólo que ya no me lo parece, porque es triste y lamentable.
Es un imbécil. ¿Qué saca actuando de ese modo?
Él prospera mientras yo me pudro, me muero por dentro. Él también debería estar muriendo, pero no lo hace. No lo hace porque para eso me tiene a mí. Yo me pudro por él, me muero por él.
¿Y qué quiero yo? El amor no basta, tiene algo que ver con estar enamorado. Quiero una vida. No quiero que me protejan de la vida que quiero, Ramón es protector.
Pero Ramón, he madurado, he madurado más de lo que tú quisieras. Solías decirme que tenía que madurar. Creo que ahora tendrías miedo si vieses quién soy en realidad. Creo que ya lo tienes, por eso te aferras como si te fuera la vida en ello. Morir por dentro: madurar.

Me separo de sus brazos, cojo tres trufas y me encierro en el baño. ¿Por qué el hombre tiene que ser el mandamás? Se ve que no leí la letra pequeña cuando me casé. Lloro y vomito; no he debido decirle eso. ¿Cómo reconciliarnos?

Cuando salgo me dice que hacer el amor relaja mucho, que deberíamos hacerlo. Ya, eso es lo único que le importa. Le digo que voy a prepararme en la habitación, que entre cuando yo le diga. Dejo una revista feminista abierta sobre su mesilla. Cuando entra, veo cómo la mira de reojo y se encoge ante sus titulares.
¿Es buena en la cama tu pareja?
¿Cómo marcha tu vida sexual?
¿Cuántos orgasmos te hace tener tu chico?
¿Realmente importa el tamaño?

Cuando termina, se acuesta a mi lado. Sigo siendo un objeto perteneciente a Ramón. Sigo sin ser una mujer completa, sigo siendo un ser perteneciente a una familia de clase media-alta representada por el hombre de la casa, representada por Ramón. Pero esta vez algo ha cambiado. Puedo olerlo en el aire, puedo oler la derrota de Ramón.
Aún tengo su esperma tóxico dentro de mí. Gracias a Dios que hay pastillitas. Me encuentro el clítoris y sueño con un amante misterioso, frotando deliciosamente. Sucede. Mientras él duerme plácidamente, como de costumbre, me sucede. Por unos momentos dejo de ser Qué-buena-estás.
Después todo ello se va con la misma fuerza con la que vino, mientras noto cómo mi autoestima se desinfla al ver mi silueta en el espejo.

4 comentarios:

  1. Me parece que escribes maravillosamente. Tines un algo. No sé de dónde sacas esa imaginación. Tienes pocas personas lo tienen pero aún menos saben aprovecharlo bien. Me encanta tu historia. Me gustarí saber más de ti y de dónde sacas esta. Pasate por mi blog, ahí está mi msn.
    Grácias.

    ResponderEliminar
  2. Donde dice: Tienes pocas personas que lo tienen quería poner: Hay pocas personas que lo tienen
    ^^

    ResponderEliminar
  3. El sentido común es el menos común de los sentidos, dijo alguien.
    Gracias por seguir pasándote. Te sigo leyendo (:



    Muá.

    ResponderEliminar
  4. A mí Ramón me da pena.
    A mí Alicia me da pena y rabia. No estoy enfadada con Ramón, esto enfadada con Alicia.

    Ramón es un cobarde y sabe que sin Alicia se moriría porque la jovencita a la que se folla no sería capaz de mantenerle con vida. Ramón es deplorable e inspira lástima.
    Alicia no, Alicia es autosuficiente. Alicia podría sobrevivir dos semanas en una isla desierta sin Ramón, es más, Ramón será la causa de su muerte.

    Ya voy teniendo ideas más claras sobre mis amigos tus personajes jaja
    :)

    ResponderEliminar