sábado, 9 de mayo de 2009

¿Qué era ella?

Ella.
¿Qué era ella?
Realmente no os lo podría decir. Era uno de esos paradójicos casos en los que repulsión y atracción están cogidos de la mano formando un círculo en cuyo interior te encuentras tú.
Lo primero en lo que me fijé eran en sus brazos, de una perfección casi impoluta. Tenía un tatuouaje con una palabra en chino que nunca entenderé porqué se lo hizo, y creo que ni ella misma lo sabía. Creo que sería esa imperiosa necesidad de hacer algo con tu cuerpo, darle un cambio radical.
Más evidentes aún eran las marcas de cortes, que; a juzgar por su profundidad, localización, y forma; eran más del tipo consecuencia de la aversión por uno mismo o respuesta ante la frustración de algún tipo que de un real intento de suicidio.
Ella siempre cambiaba radicalmente su físico. Su ropa, su maquillaje, su pelo: todo. Aunque hubo algo que nunca consiguió cambiar: su mirada. Tenía una mirada acuosa pero bella, respaldada por aquellos penetrantes ojos azules; de una intensidad casi celestial.
Sólo me miró una vez, y sentí que se paraba el mundo. Era como si me estuviese deshinchando, pero volviéndome a hinchar con una sustancia de mayor consistencia que la anterior.
Ella nunca me miraba, sólo aquella vez. Ella miraba a todos aquellos chicos de moda, con sus camisetas Lacoste, sus perfumes, sus peinados, sus coches, y su dinero.
Nunca me miraba a mí.
Me solía quedar horas y horas mirándome al espejo preguntándome qué tenía yo que no tenían los demás, que me hacía prácticamente invisible ante sus ojos.
Yo iba en contra de toda clase de contacto social. Era casi como una enfermedad, suponía casi una enorme ansiedad traumática. Normalmente el hecho de que me ignorasen me hacía feliz; confirmaba que era exactamente tan invisible como deseaba.
Con ella no, con ella era justamente al contrario.
Tal vez la vida fuese algo más que una deprimente sucesión de imágenes oscuras y borrosas, pero a mí me había pasado la mano de cartas más asquerosa que había.
Y no, la respuesta de porqué no me miraba no me eludía; no me miraba porque era feo y no tenía absolutamente nada positivamente destacable, más bien al contrario. Era frío, áspero, distante, poco hablador, con un nulo sentido del humor, y novato en las relaciones personales.
Así que hice lo de siempre: seguir con esa misma asquerosa rutina esperando esa curiosa forma que tiene el amor de desaparecer, y entonces, sólo recordar al desconocido.
Quizá fuese lo correcto, quizá no.
De cualquier manera, ¿qué es lo correcto? Y, ¿a quién coño le importa?
Yo sólo trataba de seguir con mi vida sin defraudarme a mí mismo.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias :)
    Esa en concreto está basada en mis actuales experiencias...
    Hay otras que simplemente me las invento :)

    Me gusta tu historia, es bonita.
    Un beso!

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