lunes, 11 de mayo de 2009

Al otro lado del pasillo

En un cuarto piso, Marisa, de 24 años, estaba desnuda en la cama, masturbándose, pensando en Pablo. Tres pisos más abajo, Pablo, de 26 años, hacía lo mismo con Marisa.

Ambos vivían en el mismo edificio por estar juntos. Ambos siempre salían a tirar la basura a la misma hora sólo por verse. Ambos iban al mismo Pub los viernes por la noche, para mirarse de reojo desde lejos. Pablo siempre llamaba al Servicio de Atención al cliente donde trabajaba Marisa, y ésta siempre escuchaba el programa de radio donde Pablo trabajaba como locutor. Ambos estaban locamente enamorados. Sin embargo, nunca habían compartido más de cuatro frases seguidas.

Cuando Marisa terminó, abandonó esa efímera sensación de satisfacción para volver a su anémico estado de ánimo. Se le vació el corazón y pronto comenzó a sentirse tensa y envilecida, con su autoestima saltando por los bordes de un vaso sobrecargado. Se miró al espejo, fijándose en cómo los años no perdonan, y fijándose en sus cada vez más cuantiosas carnes. Se prometió a sí misma ponerse a régimen, como todas las mañanas a esa misma hora. Y esta vez irá en serio, se dijo, aunque una parte de sí misma sabía que mañana volvería a prometer en vano.

Pablo se miró a sí mismo en el espejo cuando terminó. Parecía estar decayendo al mismo tiempo que su erección, en su estado natural de melancolía y tristeza, que solo su afición de coleccionar cromos le hacía olvidar por breves instantes. Se miró el pene, dándose cuenta de sus ridículas proporciones; ahora parecía un tumor vergonzoso, algo ajeno a él.

Esa misma noche, se cruzaron en el portal. Él volvía de cenar en un chino, solo. Y ella iba sola a ver una obra de teatro. Se sonrojaron mutuamente como señal de reconocimiento, y entonces él le sonrió dócilmente mientras ella le devolvía la sonrisa tímidamente. Él cogió fuerza de voluntad, respiró hondo, y se aclaró la garganta para hablar.

-Hace bastante frío ahí fuera…- Musitó, cohibido.

-¿Sí? Bueno… Llevo una bufanda en el bolso, y… y eso.- Respondió Marisa, con voz trémula.

-Sí, eh… Sí, bastante frío…- dijo Pablo, entre dientes, casi tartamudeando.

Se quedaron el uno frente al otro, unos atroces segundos, sonrojados, y sin saber qué decir. Aquel silencio era de lo más incómodo. Entonces sonrieron con una extraña sincronización, antes de que Pablo se retirase a su piso y Marisa siguiese su camino portal afuera, mientras se sacaba la bufanda. Cuando se perdieron de vista, ambos se contrajeron, mientras su autoestima se desmoronaba; intentando detener el espasmo; aquel latido de dolor, repugnancia y vergüenza de sí mismos.

5 comentarios:

  1. ¡INCOMUNICADOS!

    me ha gustado mucho el texto. es tuyo??

    salud

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  2. La verdad es que es una lástima que Marisa no se prometesiese a si misma que debía ponerse a régimen bajo la atenta mirada de Pablo desde la cama.
    También es una lástima que Pablo no se planteáse la ridiculidad del tamaño de su pene mientras Marisa le recordaba el orgasmo que ese pene le acababa de brindar.

    PD: ¿Mi texto? Bueno, mi texto es una declaración de que a lo único que temo es a la mediocridad. La falta de inspiración que tengo ultimamente provoca más miedo, que lleva al bloqueo...

    (te sigo)

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  3. Por cierto, he leído en libros que te gustan "La piel fría". Necesito urgentemente una explicación de ése final. Ese final tan... ¿poco final?

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  4. Bueno, mañana me enfrentaré a la crítica mirada de la profesora de valenciano, que evaluará la comprensión con la que he leído ese libro.
    Quizá te robe alguna de esas ideas, con tu permiso.

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  5. Hi!
    Creo que me pasaste este texto, verdad? xD
    Bueh, me gusta :)

    Besos!

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