domingo, 14 de junio de 2009

De tripis

Tardo una hora en subir. Pero lo hizo.
Y fue demasiado, dos tripis eran demasiado.
Como siempre, gradualmente y luego de repente.

¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Qué soy yo?
Andrés. Andres, de Murcia. Intenté gritar, pero carecía de voz con la que hacerme oir. Sí que percibía mi pensamiento, con claridad y una definición asombrosa, pero lejos de ser un sonido, era como un recuerdo.
Me parecía que el viento me arrastraba lánguidamente, pero no oía su silbido ni notaba su corriente. Lo más aproximado a una sensación era la de ser una bolsa elevándose con el viento, la de ser una bandera flotando en la brisa, pero aún así sin tener sensación alguna de dimensión o forma.
Nada transmitía a mis cauterizados sentidos noción alguna de magnitud, era como si abarcase el universo entero y a la vez tuviese un tamaño menor al de una cabeza de alfiler. Tampoco parecía tener noción de tiempo, cada segundo que creía que pasaba, lo hacía con una lentitud fugaz.
Al cabo de un rato empecé a notar, a ver, texturas a mi alrededor. Había imágenes pero nada que denotara su procedencia, o cómo eran procesadas; ninguna noción real de tener cuerpo, miembros, cabeza u ojos. A pesar de todo, percibía claramente aquellas imágenes: un telón negro-azul iluminado por objetos parpadeantes, centelleantes e informes de masa variable, tan indistinguibles como yo mismo. No, no lo veía, pero era capaz de ser consciente de ello a través de algún extraño en indefinido conglomerado de sentidos.

La atmósfera en la que me movía se espesaba, solidificándose, ofreciendo mayor resistencia a mi sentido del momento. Aquello me impedía moverme, y pronto comprendí que iba a quedar preso en ella. Una sensación de pánico se apoderó de mí. Quería seguir moviéndome, pero no podía.
A lo lejos logré distinguir un centro de luz incandescente.
Seguía sin estar demasiado seguro, pero creía estar flotando por aquel gelatinoso vacío sin cumbre hacia su dorado centro luminoso.
No tenía ni idea de dónde estaba; de mi forma, de mi tamaño, o de mis sentidos en las distintas categorías de vista, tacto, olfato, gusto u oído; al parecer obsoletas, y sin embargo era capaz de experimentar el caleidoscopio de los colores en expansión, más allá del gel en el que estaba sumergido.

Hubo una explosión y entonces algo sucedió. La luz se comenzó a expandir por aquel universo. Por mi universo. Ya estaba sobre mí. La luz, estaba a mi alrededor, ya estaba dentro de mí. Sí, antes había percibido la luz, pero ahora la podía notar dentro de mí, la veía de verdad, quemándome a través de mis párpados cerrados. La luz.

2 comentarios:

  1. ¿dónde está el límite?
    en realidad no hay límite, pero siempre lo pasamos..

    ResponderEliminar
  2. Ya oigo los pasos de las groupies exhibicionistas :D

    ResponderEliminar