jueves, 11 de junio de 2009

Ángela (II)

Lo primero en lo que caí en la cuenta al entrar en la habitación es lo triste y deprimente que era. Era la más pura recreación de la soledad aplicada al elemento arquitectónico. Estaba pintada de un blanco sucio iluminado tenuemente por la luz que se colaba en unas antiguas cortinas que había sobre la enrobinada ventana. El resto de la habitación estaba desnuda, salvo por unos elementos en el centro de ésta. Lo segundo en lo que reparé fue en el osciloscopio, situado junto a la cama que se hallaba en el centro de la habitación en la que, al parecer, habitaba algo hundido. Observé con horror enfermizo cómo la línea verde se desplazaba erráticamente desde el punto más álgido al más bajo. Lo hacía sin fuerza, sin pasión. Quizá fuese un signo de que no le quedaba demasiado.

Por último... me fijé en la cama. Abandonada silenciosamente entre aquellas cuatro deprimentes paredes. Y allí estaba ella, hundida sobre la cama y con los ojos cerrados. Pude escuchar su respiración lenta, pesada, e irregular. Su piel parecía poco más que un elástico estirado sobre un esqueleto de juguete.
Sus ojos parpadearon antes de abrirse, dejando entrever en ellos la luz de su energía vital. Sentía esa incómoda estrechez en el pecho, y aguardé a que amainase su intensidad para hablar, pero no lo hacía; permaneció allí, como una constricción constante e implacable. La sencillez aquello de todo me hacía enfermar; quería que aquél fuese un momento especial.
Ella se me adelantó:
-Hola.
La línea del osciloscopio arremetió contra mi cordura. Estaba en peligro. Le cogí la mano y me incliné sobre ella para oírle decir con urgencia mientras dejaba escapar el aire sordamente:
-Andrés... ¿eres tú?
-Sí, soy yo. Aquí estoy, Ángela - dije inclinándome hacia delante y sosteniéndole aún la mano. Aquel momento nos pertenecía.
-¿Qué tal tu último relato? - preguntó.
-Bien - contesté. Era lo único que se podía decir. Era de locos, joder. Que qué tal el relato; pues el relato bien.
-Tendrías que leermelo. Me gustaría oírlo. Por cierto... me alegro de verte. - dijo Ángela, mientras sus ojos resplandecían cálidamente.
Me saqué el cuadernillo y se lo leí en voz alta. Le gustó.
-¿Qué tal tú? - me aventuré a preguntar.
Y entonces me miró. Me miró de esa manera tan especial que ella tiene, esa mirada sobrecogedora de despreocupación irónica que parece decir "No te preocupes por mí, el mundo está más jodido aún". Me miró, y sonrió. Su mirada, su sonrisa... gracias a Dios que las había recuperado.

Ahora, al contrario; eran la sofisticación y la búsqueda constante de profundidad lo que parecía una falsa trivial. La sencillez de todo aquello ya no parecía para nada banal: estábamos contentos con el hecho de estar el uno con el otro. Hablamos un poco más, y escogí cuidadosamente las palabras para que no me llevasen a un tema relativo a su estado de salud. Sé que ella me lo habría confesado sin mostrarse herida o preocupada, pero yo no quería saberlo. No quería pasar por eso. Y, aunque su cuerpo parecía marchito, sus ojos aún despedían la vivacidad que solían despedir antaño.
Entonces nos despedimos en un acogedor abrazo, y me marché. Me sorprendí a mí mismo quitando con el dedo una lágrima caliente que se deslizaba mejilla abajo.
Subí al autobus y esperé.

2 comentarios:

  1. Yo lo leí hace unos dos años, y la verdad es que sí que me gustaron mucho.
    Hace un tiempo una amiga se los leyó, y hablando con ella empecé a recordar lo que me gustaban esos libros :)
    Aunque, como el primero, ninguno.

    Me gusta tu texto, es tan ficticio que parece real, y como siempre, me encanta que utilices un léxico tan poco usado, aprendo palabras nuevas contigo :)

    Un Beso.

    ResponderEliminar
  2. En muchas frases no puedo evitar pensar que sobran palabras y detalles, pero bueno, es tu estilo, ma´s novelesco

    Sigue Andrew, sigue.

    ResponderEliminar