sábado, 13 de junio de 2009

Misceláneo

Ahí estás tú, con un aspecto estupendo, resplandeciendo bajo la luz artificial de un bar. Esclavizado a un empleo toda la vida para comprar mierdas que crees que necesitas. Pero da igual, no te lo planteas. La vida pinta mucho mejor cuando son otros las que te la dirigen. Tú no pones tus horarios, te los ponen. Jornada laboral de ocho horas, con un pequeño descanso para almorzar. Cuarenta horas semanales, libras sábados y domingos, que usarás, como el resto de personas, para salir de fiesta.
Trabajas en una empresa de telefonía; 1.500€ mensuales. Tienes una pequeña casa relativamente céntrica que tendrás que estar pagando hasta el día en que la palmes y un pequeño utilitario en el que siempre te pones de los nervios en los atascos.
Te dicen: haz esto todos los días de tu vida, esto es felicidad. Y tú eres feliz. Felicidad es ser atractivo gracias a los cosméticos, tener un salón Ikea. Felicidad es beber Coca-Cola, usar calzoncillos Calvin Klein, y perfumes Lacoste. Felicidad es tener un Armani, y conducir un Mercedes. Y tú te esclavizas a esa felicidad.
Te duchas usando champú H&S con extracto de manzanilla (que ahora se dice cammomile por puro marketing). Te pones tu traje Salvador Ferragamo, aunque no te convence la camisa y te decides por una Tommy Hilfiger. Te pones tu colonia DN Blue, y te afeitas con Guillete. Usas loción de afeitar (que ahora se dice after shave; más marketing) marca Nivea. Y, finalmente, coges tu Volvo y te vas al pub.
Así que ahí estás, un sábado por la noche, con más pinta de ser feliz que nunca en tu vida, pero en lo importante eres menos feliz, eres menos humano. Te estás convirtiendo en un simulacro de persona.

El ser humano no tiene instinto programado genéticamente. Quizá por eso nos lo tengan que programar las multinacionales. Vivimos en una sociedad de autómatas.

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