lunes, 1 de junio de 2009

Buscando otra vida

Nunca pensé que todo seguiría tan vivo en mi memoria. Casi me espero ver a Marta tomando el sol en la cubierta; casi me la espero ver en la piscina. Cuando entro a mi camarote, casi me espero ver a Marta tumbada sobre la cama, con sus dorados cabellos sobre la almohada. Cuando me despierto por las noches, envuelto en sudores y sábanas vacías, casi espero notar su aliento en mi nuca. Pero no, todo está tan solo; mi cama está tan sola...
El bar es al único lugar al que puedo ir. El único jodido lugar de este barco al que jamás iría Marta. Pero está todo lleno de parejas, en este crucero de ensueño de luna de miel. Y en semejante estado de tristeza, la felicidad ajena puede ser tan hiriente, tan insultante...
El vino que he pedido se me derrama sobre la camisa... ¡Oh, Marta! Tú me habrías enmendado, ¿por qué tuviste que irte? Seguro que las cosas no estaban tan mal, seguro que podíamos haberlo arreglado. Estoy en lo que creo que es el silencio, pero todo el bar me mira; y entonces, al ver mi reflejo en el cristal de detrás de la barra, sólo entonces me doy cuenta de que estoy llorando.
"¿Qué le pasa, buen hombre?", pregunta el camarero. "Mi mujer... ha muerto. Fue un accidente", logro decir.
Ante la mirada de inquietud de medio barco subo a mi camarote y me desplomo sobre la cama, a medio camino entre el sueño y el olvido. Pero no estoy durmiendo, estoy despierto y llorando; llorando y hablando conmigo mismo.
Mi mujer había muerto. Hace cinco años. En este mismo crucero. En esta misma parte del océano. ¿Un accidente? No. ¿Por qué? Esa es la peor parte del asunto, que yo no sepa por qué... Llevaba unos meses deprimida, supongo que fue la menopausia. Estoy seguro de que lo podríamos haber hablado, pero el viejo éste, el viejo Andrés, tomó el camino fácil. El viejo éste prefirió lo del crucero, ¡qué diablos!, sonaba mucho mejor. Tomé el camino fácil, pudimos habernos sentado, haberlo hablado...
Cinco años, Marta, desde que confundiste la barandilla del barco en la noche gracias a los antidepresivos.
Cinco años, Marta, desde que te escabulliste de mí, lejos del dolor, lejos del sufrimiento.
Cinco años, Marta, desde que me desperté solo en la cama, entre sudores y sentimientos de desastre. Cinco años, desde que me desperté solo... y solo sigo desde entonces.
Cinco putos años que han parecido toda una eternidad.
¿Y yo? ¿Que qué fue de mí? Pues morí contigo, Marta, sólo soy un jodido fantasma.

Lo único que hubiese deseado, lo único que hubiese querido es tener una oportunidad para darte las gracias. Las gracias por todo, Marta.
Aún noto el sabor de la resaca del día que me desperté solo...
Pero tú me hiciste ver, Marta, me hiciste descubrir el lado bonito de la vida. Me hiciste descubrir el caleidoscopio de colores vitales.
Pero ahora... ahora ya no quedan cadenas que me aten a la vida. Todo ahora es blanco y negro. Todo es una supervivencia sin objetivo, ya no hay razones por las que sonreir al levantarse. A la mierda esta vida; dadme otra, por favor.

Según mis cálculos, ahora mismo estaremos más o menos en la parte en la que arrojaste tu vida. Ahora, dentro de doce minutos, Marta. En esta parte del Atlántico.
Salgo a la cubierta, no sin antes ponerme mis pesadas botas de submarinista. Las botas que tú me regalaste, Marta.
En este mismo crucero, hace cinco años comenzó mi pesadilla. En este mismo crucero acabará.
El aire es agridulce aquí afuera, y la luz del violeta crepúsculo de noche lo baña todo con su fantasmagórico resplandor. ¿Recuerdas, Marta, la luna y las estrellas? Solíamos quedarnos horas mirándolas, preguntándo qué tenían que les daban un toque precioso al reflejarse en nuestros ojos. Consigo desplazarme hasta la valla de la cubierta, saltándola y sentándome pesadamente al filo del borde. Casi espero verte resurgir del agua, y eso parece tan apropiado, tan apropiado con lo que me dispongo a hacer.
Cinco años, Marta, desde que me abandonaste en la oscuridad de este mundo que no comprendo.
El reloj me indica que ya es la hora. Así que sólo voy a echar un último vistazo al reloj, contemplar la última puesta de sol que vimos juntos, y entonces cargaré mi pesado cuerpo contra el Atlántico.

4 comentarios:

  1. pues es el cuartel de artillería! te has desviado un poco del mapa...
    pero te lo perdono por escribir como lo haces ;) te pongo si me permites en un rinconcito de mi blog

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  2. Eres un Lord de los relatos, sin más.

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  3. Me encanta, lo repito. Que personajes tan bonitos, no?

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  4. Supongo que hay amores a los que no se logra sobrevivir.

    Excelente relato.

    Un saludo.

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