martes, 29 de marzo de 2011

Desprenderse de toda esperanza

Su piel reducida al lánguido molde de un esqueleto que intenta escapar. Carne cetrina como un cirio consumido que anhelaba por fin la catarsis. Su cara, maquillada y arreglada, más propia de la calidez artificial de una tienda de cosméticos que del frío fertilizante de ultratumba. Como muertos de escaparate.
¿Qué se puede esperar del mundo?
Fíjate en las marcas y las cenizas de sus brazos, consecuencia de la aversión por uno mismo en lugar de un intento real de suicidio. En el calendario, Martes: entrevista de trabajo, tachado; Miércoles: morir por sobredosis. En su regazo, un bote de pastillas; en sus manos, una carta de despedida; y en su mirada, la muerte, profunda y espectral. Asómate al precipicio de su mirada y cae al abismo de su interior.
¿Qué era la esperanza?
Cubre el macilento cadáver con una toalla y prende su vela favorita. En el ocaso de la civilización, invéntate tus propios rituales e infúndeles vida. Así sea, tacha cuidadosamente del calendario sus últimos designios. Carga tu angustiada mente con el triste tormento de todas esas vacuas promesas. Y libérate, despréndete de todo optimismo.
¿De verdad se puede sobrevivir?
Con la cortina de tus entrañas rasgada y violada. La visión borrascosa, como el glaucoma frío que empaña el mundo. Dejaste que la carta se consumiera en el fuego. El terror que te inspiraban sus palabras aplastaría lo poco que quedaba de ti. Y la carta se consumió, rápidamente, como si de una vida se tratase.
¿Y qué otra cosa iba a hacer?
Por desidia continuaste con tu vida. Mero formalismo por tu parte. Ya no había nada con lo que continuar. Porque, aunque lo ignorases, lo sabías.
Ha muerto el último Dios.

2 comentarios:

  1. Brillante y poderoso.
    Adoro tu forma de contarnos algo, me resulta magnéticamente impactante.
    Sigue escribiendo.

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  2. La esperanza es bella y da serenidad. Nada de desprenderse de ella!

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