lunes, 13 de diciembre de 2010

Ya no quedan revolucionarios como los de antes

Ya no hay revolucionario que no esté criando malvas. Y si lo hay está jodido y aislado en una cárcel, con un cuchillo dentro del culo y una mano opresora que le asfixia desde el cuello, y le empuja la cabeza en un cubo de agua helada y le pregunta que si está en la ETA o en Septiembre Negro o por qué coño hacía lo que iba a hacer, mientras los medios aseguran que el tipo era un maltratador que sufría varios trastornos psicológicos graves y que menos mal que las fuerzas de seguridad, que velan por nuestras vidas, le han detenido a tiempo o podía haber ocurrido una catástrofe.
Todo queda muy bonito dicho desde esas altas esferas de control meticuloso con un camuflaje mediático que hace parecer que aún queda libertad o algún indicio de ella, y que hay opciones reales. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que el movimiento ha muerto, y de acción individual sólo quedan casos aislados. Pero no nos engañemos, la revolución es una batalla y la hemos perdido. La hemos perdido porque el contrincante se ha adaptado a nuestras exigencias, como un virus y las ha usado contra nosotros. Ahora se atiborra al individuo con productos y con distracciones para que no pueda pensar por sí mismo. Los derechos son inversiones para aumentar la productividad. Al igual que se engrasan las máquinas para que funcionen con suavidad, al trabajador se le tiene ahora contento con jornadas de ocho horas, con vacaciones pagadas y con seguridad social. Aparentemente hemos ganado, y eso es lo que ellos usan contra nosotros, pero no. La verdadera revolución, además del bienestar social, era librar a la sociedad de la tiranía de esos opresores, de las víboras chupasangre, de los que usan el sistema para seguir exprimiento al individuo. Ahora la opresión no es física, es... mediática. Publicitaria.
Incluso la revolución se ha convertido en un producto de mercado. Botas, chupas, estética, chapitas, canciones, películas, libros. Los revolucionarios de ahora sufren narcisismo situacional adquirido y se encierran en una habitación a esnifar heroína con un cubo para vomitar al lado de la cama. Compiten con la cocaína para estar a la moda. Llevan peinados supuestamente transgresores, y dedican canciones a las víctimas de la guerra de alguna república bananera. Los revolucionarios de ahora pecan de muchas cosas, pero especialmente de una: alimentan el sistema que quieren destruir. Camisetas del Che, de Sid Vicious, de Kurt Cobain... Sus muertes: estrategias comerciales. Su revolución: bienes de mercado. Y los que no, se catalogan, como si fueran de un modelo comercial.
Pero yo tengo algo mejor. La experiencia me dice que hay que volver al orígen, a la fórmula que dio sentido a las reivindicaciones: una bomba. Y cuando estalle, la falsa seguridad gubernamental se irá a pique. Lo demás, depende de vosotros.

1 comentario: