domingo, 12 de diciembre de 2010

Como abogado

Me convencí de que, en realidad, no sabía nada. Lo había hecho millones de veces con anterioridad y era un experto a la hora de borrar la realidad. Como abogado me resulta fácil imaginar una escena más plausible que la que en realidad se había presentado. Así que sustituí los treinta minutos en los que los hechos habían tenido lugar por otra cosa, y, puesto que la verdad de los hechos de la noche del 20 de Octubre es -¡oh!- irrelevante me sentí cómodo al inventar otra película.
Todo es cuestión de modificar los hechos. Para defender un caso tienes que creerte realmente lo que defiendes. Todo es cuestión de plantarse frente al espejo, y repetirse una y otra vez los hechos que deseas defender, hasta que tú mismo acabes creyéndotelos. Así de maleable es la memoria. El término médico es "aprendizaje por repetición", y de nuevo, en eso soy un experto; por algo me saqué la carrera de derecho. Sólo hay que releerse una vez tras otra todos esos galimatías sobre la ley y la justicia hasta que, por fin, los has memorizados.
Empiezas lleno de ilusión y optimismo, pero al final descubres con la sabiduría que te da experiencia que todo eso no son más que una mierda de idealismos románticos. Cualquier abogado que se precie debe desprenderse de los ideales. No se puede salvar el mundo, no se puede luchar en favor de la justicia y de la igualdad, porque, sencillamente nada de eso existe. La definición de esos términos se aleja mucho de la realidad, no existe justicia una, existe otra justicia, existen otras leyes: una doble moral. La voluntad de poder. Selección natural. La ley del más fuerte. Como abogado presentas tendenciosamente todas las pruebas en favor de las conclusiones que deseas alcanzar y rara vez te inclinas por la verdad. Todo se basa en darle la vuelta a los hechos, y, sobre todo, en la terminología.
Cuando la abogada de la señorita Delacroix calificó como "violación" los hechos sucedidos la pasada noche del 20 de Octubre, yo empleé el término "despecho". Cuando ella empleó el término "violencia", yo hablé de "malentendido". Ella habló de "indefensión", nosotros de "inocencia fingida". Empleé el término "lujuria" en más de una ocasión. Gracias a la idealista e inexperta abogada de la señorita Delacroix, la imagen que el juez se llevó de la propia señorita Delacroix no pudo ser más negativa. La de una lasciva oportunista que decidió utilizar una caída por las escaleras como prueba para lanzar una falsa acusación contra un hombre al que acababa de seducir, con el objetivo de sacarle dinero. Sus ojos eran de derrota total cuando el martillo del juez nos dió la razón. Algo se había roto en ella, lánguidamente salió de la sala, y se perdió en la calle.
Mi cliente -un italiano con una extraña cicatriz en la cara- me invitó a unas cervezas para celebrarlo. En el bar él comentó, literalmente, que "cuando es forzado es más placentero", lo cual jodió mi propia versión de la historia. Me puso de bruces contra la verdad. Al principio no le dí importancia, pero desde entonces, no me creo nada de lo que digo frente al espejo. Mis discursos han pasado de "gestas" a "peroratas". Ya no ganaba casos por "unanimidad" sino por "una nimiedad" -¿qué nimiedad? la verdad puede ser muy insignificante-.
Seguía defendiendo casos de violación; y los ganaba; pero no lograba creerme la película y eso hizo que esa incómoda sensación de disconformidad cada vez ganase más peso hasta que finalmente se apagase la chispa que solía animarme.
Una tarde me desperté y caí en la cuenta de que ya no sabía cómo funcionaba nada. ¿Qué botón encendía la cafetera? ¿Quién pagaba la hipoteca? ¿De dónde venían las estrellas? ¿Qué hacía saliendo por ahí con ladrones de diamantes? Con el tiempo aprendes que todo se acaba. Ya no deseaba formar parte de nada. La psicóloga lo tachó de "sentimiento de culpabilidad". Cuando le repliqué que no era así, añadió "necesitas tocar fondo". Pero, como abogado, cuesta tocar fondo porque ganas cerca de trescientos mil al año.

2 comentarios:

  1. Mi visión de la abogacía hecha texto

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  2. Ala, genial.
    Es una posibilidad que este sea el comportamiento de un abogado, pero supongo que habrá cierta moralidad en ellos, por nimia que pudiera ser. O no.

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