domingo, 4 de octubre de 2009

Rebelión no es la palabra adecuada

Ese maldito disléxico de Einstein tenía toda la razón cuando afirmaba que el tiempo es relativo al observador. Cuando miras de frente el cañon de la pistola que sostiene la persona que te ama, el tiempo se comprime y tu vida pasa ante tus ojos. Justo en ese instante puedes meter tu vida en un segundo. Cuando uno oye hablar de un segundo puede imaginar algo fugaz, nunca nada eterno como el horizonte.
Es entonces cuando hago inventario de mi vida. Tu pasado suele tener la fea costumbre de sorprenderte cuando menos te lo esperas. Oyes ecos perdidos por todas partes como en una cinta estropeada. Un destello de ojos y ella aprieta la pistola contra tu mentón. Y mientras tu primer beso pasa ante tus ojos, sólo eres capaz de balbucear que qué hace. Qué haces, le dices.
O al menos eso es lo que yo imagino. Yo estoy en el otro lado de sus ojos y empuño el arma contra su barbilla. El cañón le oprime con la suficiente fuerza como para que se la zona de alrededor se le ponga rojiza.
Le digo que el cuento de la bella durmiente lleva toda la vida siendo malinterpretado, el príncipe no la besó para despertarla; alguien que ya lleva durmiendo cien años no puede despertar. Fue al revés: el príncipe la besó para despertarse de la pesadilla que le había llevado hasta ella.
-¿Y eso qué significa?, dice él.
Significa que yo soy tu bella durmiente, y que, de una manera u otra, estoy aquí para despertarte de tu pesadilla.
-Pero si disparas me matarás, dice él, entre casi sollozos. Sus ojos profundos reducidos a un espejo opaco que refleja parte de su incredulidad y desconcierto.
Yo le sigo que sí, que tal vez. Pero que a las personas a las que amas se les pueden hacer cosas peores que matarlas. Puedes dejar que que los maten ellos. Lo normal es quedarse sentado esperando a que el mundo lo haga por ti. Solamente tienes que leer el periódico. Aún así matar es sólo una palabra. Como amor. Amor es sólo una palabra; lo que importa es la conexión que implica. Así pues, tal vez no te mate. Tal vez te libere.
Él me dice que no, que me equivoco. Que las pistolas matan.
Y yo le contesto que las armas sólo limitan el disparo en una sola dirección. Que las personas disparan; matan, no las pistolas.
-En realidad en dos direcciones. Al igual que la bala atraviesa la carne de la víctima, hace añicos igualmente la imagen de la persona que aprieta el gatillo. Te has quedado fuera, cariño. No lo hagas, podemos hablar, me dice, en un tono lastimero más propio de un fantasma que de un hombre.
No lo entiendes, le digo. Nadie lo entiende. Hasta el viejo Orwell lo entendió todo del revés. El Gran Hermano no te está mirando, está ocupado en reclamar tu atención en cada momento que pasas despierto. En asegurarse de que siempre estás distraido. En asegurarse de que se marchite tu imaginación. Porque, es más fácil atiborrar a un pueblo de cosas que no necesitan que dominarlo físicamente. Ya nadie es dueño de su mente. Concentrarse y pensar es imposible. Somos esclavos, cariño. Esclavos en una prisión que no podemos saborear, ver, oler, tocar ni oír. Somos esclavos de nuestra mente.
Y él nada. Sólo sollozos. Como si un acto de servidumbre pudiese compensar todos estos años de despotismo. Porque sí, también lo hago por mí. El amor tiene un límite, un límite que a veces es superado por la forma de control masculina. Te odio porque te quiero.
La pistola ahora le comprime desde la frente. El círculo de la barbilla está morado, pero la zona de alrededor va recobrando el color natural.
Y él nada. Sólo sollozos.
Imagina que la persona a la que quieres va por la noche, cuando todos han salido, a tu oficina y te apunta con un arma a la cabeza. Imagina que la persona que se supone que vive para servirte amenaza con volarte la cabeza. Así se debió de sentir Dios con Nietzsche. Dominio no es la palabra adecuada, pero es la primera que se me viene a la cabeza.
Pero no nos engañemos. Le amo. Pero quiero ser libre. De él y de la sociedad.
Y él nada. Sólo sollozos.
Esa forma de ser alimentado es peor que ser observado, continuo. Las drogas, el divorcio, la televisión, la música, los libros, las enfermedades, el conformismo. Todas esas bonitas distracciones. Hay cosas peores que matar a las personas que amas. Puedes ver cómo los mata el mundo. Puedes ver cómo tu mujer envejece y se aburre. Puedes ver a tus hijos crecer y descubrir todas esas cosas de las que intentabas salvarlos, le digo.
Le pregunto si es esto lo que él esperaba tener como prototipo de vida perfecta.
No lo sé, me dice.
Le digo que debió haber supuesto que algún día moriría y que entonces todo su esfuerzo valdría cero. Toda esa esclavitud laboral para comprar cosas materiales que no necesitábamos se va por el retrete cuando mueres. Porque, ¿qué te queda? El residuo de una buena conciencia por haber sido un buen ciudadano, ya está. He muerto, pensarías, pero me queda la conciencia de saber que compré una casa y dos coches.
Vaya estupidez.
Y él nada. Sólo sollozos.
Así que disparo. Cierro los ojos y disparo. El retroceso del arma me hace daño en la muñeca.
Y él nada. Sólo cae por la ventana.
La paz de todos esos esclavos laborales que deberían estar volviendo a casa para continuar con su rutina con la tranquilidad de las vacas indias se ve turbada cuando choca contra el suelo. Supón que la vida pasada es algo así como un espejo que se ha roto. Intentas reconstruirla y llevar a cabo tus ilusiones, pero te cortas, y entonces ves reflejado en lo que te has convertido. Recuerdas todos aquellos sueños de tu infancia de ser astronauta, o estrella del rock, o futbolista deplazados por un oficinista rutinario y aburrido de traje y corbata a cuadros. Y, sencillamente, te hundes. Así es como se deben de sentir ellos. Así es como me sentí yo.
Porque, hay un momento que el futuro deja de ser alentador para convertirse en desmoralizador. Someterse no es la palabra adecuada, pero es la primera que me viene a la mente.
Y él, ese cuerpo ahí abajo, es lo que más quería en el mundo. No nos engañemos, lo quería y lo sigo queriendo. Pero su cuerpo muerto, tirado entre la multitud que forma un círculo a su alrededor, ha perdido toda humanidad. Ahora sólo es un cuerpo con traje y corbata.
Muy apropiado, porque alrededor sólo hay cuerpos con trajes y corbatas. No hay personas vivas en sus interiores. De hecho, cuando se paren sus corazones sólo será un mero formalismo, pues murieron hace ya tiempo junto con sus futuros.
Pero él ya es libre. La persona que quiero ya es libre. Ahora me toca a mí.
Cuando Dios creó el mundo, lo creó redondo para que no pudiesemos ver el final de nuestro camino. Pero yo sí puedo ver el final de mi camino, está ahí, contra el pavimento; mi mundo ahora es vertical.
Durante un instante, perdida en el aire frío, sentí la libertad y la perfección en cada uno de mis poros. Después se acabó, en el borde del final de mi camino.
Pero por ese instante de perfección y liberación todo había merecido la pena.

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