lunes, 12 de octubre de 2009

La historia de la foto

Esta es la historia de una foto.
Porque, cada uno de las cosas de este mundo, puede contarnos una historia, si es que la sabemos escuchar. Como el peluche abandonado por el niño el día de los Reyes porque tiene juguetes mejores. Si lo miramos muy de cerca, se nos antoja parecido a ese animal herido que se esconde entre nieblas de alcohol porque su mujer lo ha abandonado por su mejor amigo. Por analogía, incluso podríamos decir que ese peluche, ahora destartalado y roto, tiene la mirada de un perro abandonado. Esa mirada desarraigada y vacía que parece preguntar por qué, una y otra vez, como si la respuesta se le escapase. Quedaos bien con la imagen, porque siempre es la misma. Sólo hay que saber aplicar la perspectiva.
Bien. Imaginemos ahora una casa victoriana en las afueras de la ciudad de Londres. Imaginemos un porche de madera, mojado cuando llueve, y adornado con un árbol, luces, y adornos en Navidad. Imaginemos el coche aparcado en el garage, y la forma en la que se dislumbra la hogera desde fuera de la casa, y la sombra de sus habitantes salpicada sobre la ventana. Todo tiene buen aspecto. Cálido, familiar, afable, cariñoso, feliz. Una casa agradable con una familia feliz; quedaos bien con la imagen, porque siempre es la misma.
Imaginémonos ahora a un chaval con muletas, al que su jefe le está preguntándo cómo ha sido capaz de darle ese aspecto tan atrozmente real a la imagen CasaRota.jpg. Porque todas las cosas importantes tienen nombre en esta vida. Imaginémonos al jefe preguntándo qué ha usado cómo sangre para darle ese efecto realista. Imaginémonos al chaval con una sonrisa sarcástica preguntando ¿efecto realista?
Imaginémonos al chaval con la misma sonrisa cruel y burlona, ahora salpicada de sangre, huyendo de su casa con un ojo morado, la nariz rota, y unos cuantos efectos personales: algo de dinero, algo de ropa, y una cámara de fotos; mientras su padre corre detrás gritando que vuelva, que aún no ha acabado con él. Imaginémonos la misma casa, de aspecto majestuoso, contento e inmune, mientras el mundo se derrumba a su alrededor. Porque siempre es lo mismo; lo llevemos donde lo llevemos, siempre es la misma imagen: la casa cálida y acogedora por fuera, pero deprimida y destrozada por dentro. E imaginémonos ahora al chaval, respondiendo a las preguntas de su jefe que el truco para saber aplicar la perspectiva consiste en mirar más allá de la fachada de las cosas.
Demos un salto en el tiempo e imaginémos al chaval, viviendo en una pensión de alquiler de Londres. Le llevó una hora conseguir subir hasta el piso catorce, y aldededor de quince minutos para echar abajo la puerta. Imaginémonos un colchón sucio y apestoso al lado de un charco de pis, por donde pululan un montón de moscas. Imaginémonos el olor de la habitación; como si alguien hubiese muerto; y al chaval instalándose en ella.
Imaginemos el hobby del chaval. Imaginémoslo llevándolo a cabo cada vez que el pie se le curaba lo bastante. No es lo que un psicólogo aconseja, pero funciona. Porque la mejor forma de olvidar es sepultarte a ti mismo en los detalles.
Imaginemos al chaval pegando las puertas a las paredes. Pegando las paredes a los cimientos, y juntanto los pedacitos de la chimenea. Colgando los canalones. Hasta el más mínimo detalle con una exactitud y precisión matemática. Colgando las persianas, colocando las buhardillas. Pegando una enredadera de hiedra en un costado de la chimenea con las manos y las manos de los dedos pegados entre hilos de pegamento. Pegando la diminuta esterilla de la entrada. Colgando las lucecitas fuera, poniendo el buzón al lado de la puerta, y las diminutas botellitas de leche minúsculas en el porche. Mientras inhala el olor a pegamento, está terminado el jardín; sembrando la hierba, plantando árboles y poniendo el periodiquito doblado justo en la entrada.
Imaginémonos al chaval poniéndo las pilas en su sitio, y observando como las ventanas se iluminaban. Dejando la casa en el suelo de su desnuda habitación, apagando la luz y cerrando las ventanas. Y vista así, la casa, tiene un aspecto perfecto. Perfecto, seguro y feliz. Una bonita casa victoriana, con su familia en su interior. La luz sale por las ventanitas iluminando la hierba y los árboles, y las cortillas brillan, amarillas, en el cuarto del niño. Azules en el dormitorio de los padres. Imaginad todo lo que se puede hacer limitándose a juntar las piezas: los ladrillos rojos, la madera, el plástico y el cristal.
Imaginémonos al chaval llorando frente a la casa. Luego se quita el zapato y da un fuerte pisotón con el pie descalzo. Da un pisotón bien fuerte y luego otro. Sin importar cuándo le duelan el cristal, la madera y el plástico duro. Sigue y sigue pisando aunque la vista se le nuble y la mente se le desvanezca. Sigue y sigue pisando aunque el charco de su sangre se junte con el de orina. Y entonces, agarra las muletas, y va a por la cámara. A partir de ahí, sólo es cuestión de aplicar la perspectiva.
Imaginad, imaginad; y aplicad la perspectiva de la historia de la foto en otros objetos. Porque cada objeto en esta vida, hasta el más nimio, puede contar sus historias: desgarradoras, felices, asfixiantes y enfurecedoras. Y yo sólo os doy las piezas, vosotros tenéis que montar el puzzle. Imaginad todo lo que podéis conseguir.

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