lunes, 21 de septiembre de 2009

Hartos de todo (II)

La insípida pero sórdida naturaleza de la realidad me produce desasosiego, pero sólo sucede porque, según mi raciocinio, es el bajón post-cocaína quién hace que esas feas reflexiones que deberían ser fugaces perduren, atasquen las cañerías de mi sistema y le obliguen a uno lidiar con ellas. Voy con el pilóto automático encendido, pero me doy cuenta de que ahora me dirijo hacia la guarida de Carlos.
Su rostro consumido está pálido como la ceniza, pero se le iluminan los ojos al reconocerme. Cuando intento pasar, el astuto cabrón arquea el cuerpo sobre la puerta y me lo impide. Está de un espitoso que te cagas; esa masa negra dorada de cadenas, anillos y dientes raperos.
Noto el olor a amoníaco, y veo que tiene una pipa preparada. Me ofrece una calada. Una sola calada. Le pego una chupada larga y profunda mientras sus maníacos ojos me animan y su mechero quema las piedras. Al retener y aspirar lentamente, noto ese ardor sucio y ahumado en el pecho y una flojera en las piernas, pero me aferro al pecho de Carlos y disfruto del cuelgue frío y revoltoso. Observo cada anillo, cada grano negro, cada cadena y cada mancha del techo con una minuciosidad repulsiva, lo cual debería repugnarme, pero no lo hace, porque esa parte de mi psique se encuentra estremecido en el lado frío de la habitación.
Carlos no pierde el tiempo, ya prepara otra dosis en esa oxidada cuchara y extiende el lecho de cenizas sobre el papel con una delicadeza violenta que me deja asombrado. Primero mira la cuchara, después la parafernalia, y después pregunta algo.
¿Que si tengo la pasta? No, musito, no la tengo. Pero tú vas a darme otra calada de esa pipa. Pasará algún tiempo hasta que pueda permitirme siquiera un gramo de coca. Pero qué cojones, eso carece de relevancia cuando estás realmente enganchado.
Oh-oh, mala respuesta. ¡Vaya negocio! Ahora en lugar de sostenerme en el cuerpo de Carlos, lucho condecoradamente aunque sin esfuerzo por tratar de no cagar mis dientes mientras él me golpea frenéticamente, y yo busco mi navaja. Entonces una lluvia de su egagrópila sangre tiñe de rojo las proximidades, y el sentimiento de desprecio por mí mismo acaba jugando al parchís con el resto de mi psique en el lado frío de la habitación.

1 comentario:

  1. Me encaaanta. Y sí, definitivamente más que la primera parte.
    Psique. Me encanta esa palabra, que bien suena.

    (L)

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