miércoles, 19 de agosto de 2009

Esos ruidoadictos... (II)

La gente desde lo alto del piso se ve muy pequeñita. Van de un lado a otro, con sus maletines en sus manos. O con sus hijos. O con las novias, o con bolsas de la compra. O con helados, o hablando por el móvil. Los que no, las llevan en los bolsillos. Así parecen parte de algo. Parece que forman parte de la multitud, de la sociedad. Quizá con las manos ocupadas, todo parezca tener mejor aspecto. Quizá, simplemente, no sean las manos: sea el tener algo, algo que hacer; y mantener las manos ocupadas sea el mero símbolo de que tienes algo. Pero parecen todos tan normales y felices. Nadie pensaría que entre esa multitud hubiese algún esquizofrénico capaz de secuestrar un autobus escolar y de estrellarlo contra un hospital, o que haya alguien tan deprimido como para estrangularse con sus propios intestinos.
Quizá sea la altura. La forma de ver la perfección es contemplándola muy de lejos. De cerca siempre se ven las imperfecciones. Desde lo alto, todo parece una sociedad perfecta. Quizá si nos acercamos y miramos en el interior de cada uno podemos ver lo mal que va la cosa.
Así nos debe de ver Dios. Pequeñitos y felices. Como si todo fuese bien. O quizá a Dios se la sople todo. Él nos creó a su imagen y semejanza; con toda seguridad que él también tiene sus problemas de los que ocuparse, y no de los problemas ajenos. Con toda seguridad que él no busca otra cosa que una solución para sus problemas.

Y tal vez la solución al ruido sea más ruido. Retransmitir mi dolor o mi alegría o mi enfado por todo el vecindario con el equipo de música puesto a tope. Tal vez la solución a mis problemas sean más problemas. Problemas más gordos de los que preocuparme.
Das un fuerte puñetazo a la pared, y luego otro. Después otro que precede al siguiente. Hasta que los puños te sangren y dejen su marca en la pared. Hasta que los dedos se te desarmen y te crujan.
El cuerpo humano tiene una capacidad limitada de sentir dolor y placer. Cuando se alcanza el límite, ya no se siente nada. Así que la respuesta al dolor puede ser más dolor. De cualquier manera, el dolor físico puede mitigar el dolor emocional.
Más sufrimiento para ahogar el sufrimiento. Dolor para ahogar el dolor. Ruido para ahogar el ruido.
Pastillas contra pastillas. Quizá la solución sea el exceso y no el defecto.

No sé de dónde he sacado esta idea.
Los expertos en la cultura de la Grecia antigua dicen que la gente de aquella época no creía que sus pensamientos les pertenecieran. Cuando los griegos de la Antigüedad tenían una idea, creían que un dios o diosa les estaba dando una orden. Apolo les estaba diciendo que fueran valientes. Atenea les estaba diciendo que se enamoraran. Ares les decía que asesinaran a su vecino. Hefesto les decía cómo resolver una ecuación.
Ahora la gente oye un anuncio de un cosmético que te deja la piel tersa y elimina las arrugas y salen corriendo a comprarlas, pero a eso lo llaman libre albedrío. Por lo menos, los griegos de la Antigüedad eran sinceros.
Y sigo golpeando la pared hasta que el vecino de abajo empiece a dar puñetazos al techo. Y haga ruido. Su respuesta es más ruido para ahogar el ruido.
Porque una planta también puede morir por exceso de agua.

2 comentarios:

  1. Me arrepiento de haber olvidado pasarme por tu blog de vez en cuando.

    Un saludo, artista.

    Volveré a menudo. A no ser que beba demasiada
    agua.

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  2. Cuánta razón llevas, sí. Y te tengo dicho que las paredes no se golpean. (=)


    (L)

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