sábado, 15 de agosto de 2009

20:17 PM, andén 7

El momento es decisivo. Cuando nuestras miradas se encuentran por fin en el andén, cuando nuestros abrazos se juntan y nuestros corazones se sincronizan. A sabiendas de que quizá nunca nos volvamos a ver, de que tal vez nunca compartamos más palabras ni sepamos nada el uno del otro. A sabiendas de las abrumadoras posibilidades pero con la certeza de que nunca nos olvidaremos.
Cuando noto que su cálido aliento me roza el cuello poniéndome la piel de gallina, caigo en la cuenta de que ya ha llegado el momento. Que nuestro tiempo se está acabando y que hay algo que debería saber.
Nos separamos y le digo que ambos sabíamos que este momento llegaría, que cuando me alisté lo sabíamos, y que no deberíamos haberlo ocultado. Le digo que no sé qué hacer, pero que todo va a ir bien.
La miro a los ojos, y le digo que todo irá bien, aunque sé que no es verdad. Después, me quedo escuchando, esperando a que termine de llorar para decir lo que siento. Estoy aquí, en un lugar donde nunca soñé que volvería a estar, y le digo que estoy enamorado.
Nuestros cuerpos siguen unidos. Mi pecho se estremece con cada uno de sus latidos. Y mientras la gente va y viene a nuestro alrededor, nosotros estamos ahí abrazados, impasibles a todo. Flotando mientras la vida pasa apresuradamente a nuestro alrededor.
Sus labios articulan palabras en silencio. Lo sé, dice. Yo también, dice.
Entonces nos besamos, y es agradable. Noto como si mi corazón se llenase de agua caliente. El tiempo parece congelarse y nada importa al margel del momento.
Le digo que lo siento. Que debería haberselo dicho antes.
No tienes de que arrepentirte de nada, dice, el destino lo hizo así.
Le digo que no quiero creer que esté escrito que yo he de enamorarme de ella. Que prefiero haberme enamorado y ya está, por mí mismo y no porque es lo que ha de suceder.
¿Qué más cosas quieres?, pregunta ella.
No quiero nada más en realidad, le digo. Todo lo que quiero es que el suelo siempre esté bajo mis pies, el cielo sobre mi cabeza, y que ella siempre esté a mi lado.
Sé lo que hay al final de la vía, se intuye desde más allá del horzonte. Sé lo que hay en ese tren. Pero he de subirme; no es el destino, es lo que he elegido. Correcta o no, mi elección no es ningún plan maestro ya escrito. Es y ya está.
Mientras subo al tren, la miro a ella. No es perfecta y no está completa, pero es la vida que he de dejar atrás.

1 comentario:

  1. Me encanta que escribais sobre esto. Es la única forma de saber que queda amor.

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