miércoles, 24 de junio de 2009

London Crawling (I)

Esta es la última sección mierdera del Soho; estrecha y sórdida. Apesta a perfume barato de prostituta drogata, a fritanga, a alcohol y a la basura vertida desde las bolsas negras de plástico reventadas que se expanden por todo el suelo. Ásperos ríos de neón que se incorporan entre chisporroteos lumínicos a una vida de lo más apática a través del crepúsculo de una débil llovizna, pasando por las ancestrales y yermas promesas de una vida mejor.
Y ahí están los proveedores de felicidad, con la mandíbula apretada y la piel embutida en una cabeza afeitada y un gabán de los cincuenta raído.
Y ahí están las putas craqueras y heroinómanas, con sus brazos llenos de marcas de chutes y cuyas voces emiten enfermizos alardes para intentar atraer clientes. "Conmigo te lo pasarás de puta madre, guapetón".
Pero no, no me va follar con yonquis porque no se mueven. No le ponen nada de entusiasmo. El mismo resultado obtendría metiéndola en el seco y áspero agujero abierto sobre el colchón de mi cama; y además es gratis.
Así que ahí estoy, entrando en un bar desvencijado del Soho para preguntar por historias guarras que poder escribir. La dura vida del novelista.

La velada termina cuando veo entrar a unos negros craqueros por la puerta: tensos, larguiruchos y hostiles. El tipo de despojo que uno acostumbraría a ver en Nueva York o en Los Ángeles viviendo en un cartucho de alquiler de a dólar la noche; ese mismo tipo de despojo que se va expandiendo por el resto del mundo.
Así que me veo obligado a meterme en un taxi y cantarle la dirección E8 al puto taxista, que me mira como si fuese un maldito asistente social. Al menos tiene la decencia de dejarme allí, la mitad de los taxis ni lo hacen. Eso sí, todo a cambio del privilegio de sacarte treinta libras del ala por seis vomitivos kilómetros.
Pero qué hostias, a Hackney, donde está mi nueva residencia, no llega el metro. Estos cabrones londinenses van extendiendo la red por barrios periféricos antes que por aquí. Hasta en Bermondsey ya lo han puesto, joder. Es la única zona del Londres norte a la que no se puede ir con metro.

El expreso de las 21:41 con destino a Norwich pasa armando la de Dios es Cristo por la estación de Hackney Downs. Todo el chiringuito se tambalea cuando ese maldito tren pasa jalando leches por la vía, que está escasamente a medio metro aproximado de la ventana de la habitación de este piso de 30 metros cuadrados.
Casi se puede tocar el cochino cristal desde el tren. Pero hay tanta mugre, grasa y polvo pegados a él que es imposible asomarse al interior. Esos capullos de Great Eastern Rail tendrían que pagarme a mí la limpieza, que son ellos quienes me ponen la casa patas arriba con su mierda de trenes diesel.
Intento escribir pero no logro concentrarme. Miro el reloj; las 23:12. ¿Dónde está ese maldito procedente de Liverpool Street?
Me asomo a la ventana y lo veo a lo lejos. Me da tiempo de sobra a tirarme. Pienso: si lo voy a hacer, que sea ahora. Sudo, tiemblo y maldigo mi debilidad cuando el tren pasa haciendo retumbar todo el edificio de nuevo. Entonces caigo: si lo hago, podría llevarme a muchos inocentes por delante.
Miro el periódico, y, en las ofertas de pisos, veo uno en venta en Highgate que tiene muy buena pinta. Quizá ya sea la hora de largarse de este asqueroso cuchitril, arrancar el motor, y tratar de empezar de nuevo.

4 comentarios:

  1. Sólo son diferentes formas de ver la vida: es tan cierto que la gente se saluda por la calle como que lo hace de forma hipócrita, y los niños pueden estar jugando en la calle y al siguiente segundo su juego degenerar en una pelea absurda y egoísta por un trozo de plástico. La chica estaba completamente harta de ver la vida de esa forma tan cínica y por eso compró las gafas.
    PD: siento no comentar sobre el texto, siempre que comento en cualquier blog lo hago, pero no tengo tiempo de leer con tranquilidad y prefiero degustar las palabras a tragármelas atropelladamente.
    :*

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  2. Me he puesto palote pensando en esas prostitutas toxicómanas.

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  3. Sí, lo escribí yo.

    Pues me alegro de que al final se decida por cambiar de piso y no de estado vital.

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